sábado, 16 de mayo de 2015

El oro negro en la dinámica de los pueblos bárbaros.



España nace después de la «invasión de los bárbaros». Los períodos anteriores son prolegómenos de mayor o menor influencia, pero no dan vida a la persona España, que hoy es todavía una estructura viva (i).

El impulso unitario y comunitario proviene del norte, y allí se hallarán, por tanto, las raíces de la nacionalidad. Incluso cuando no podía existir aquella idea, es la España celta —prebárbara y europea— quien manifiesta mayor personalidad y dureza frente a las águilas romanas; mientras el sur es fácilmente sojuzgado, como lo fue siempre por cualquier pueblo invasor.

Desde muy antiguo, las tribus germánicas se sienten impulsadas hacia el sur. Pero en el siglo III (después de Jesucristo) algo ha ocurrido, porque los pueblos bárbaros se remueven inquietos y pugnan, cada vez con mayor fuerza y peligro, por arrollar al Imperio romano y marchar hacia el África. Las tribus germánicas que Tácito describe han sido absorbidas por una segunda oleada mucho más peligrosa: alemanes, burgundios, francos y godos. Ya en el año 275 ceden las legiones romanas la orilla derecha del Rhin. Más al este se alinean en la frontera del Danubio los vándalos, ostrogodos y visigodos. Todos ellos provienen del Báltico y Escandinavia. La infiltración —bélica o pacífica— a través de la «limes» es tan constante como el retroceso romano.

La primera irrupción germánica grave se produjo en 376 por el Danubio frente a Silistria cuando grandes úcleos visigodos se establecieron en la Mesia (hoy Bulgaria), extendiéndose luego por toda la península balcánica y fijándose transitoriamente —bajo el mando de Alarico— en Ilyria, alejados de Constantinopla, y cerrado el paso hacia el sur anhelado, por la habilidad y las fuerzas de Arcadio, Emperador de Oriente. En el año 401 intentaron Alarico y su pueblo abrirse camino hacia el África, a través de la península italiana, pero fueron derrotados por Estilicón, ministro y general de Honorio, Emperador de Occidente. En el año 405 son los ostrogodos con su jefe Radagesio quienes repiten el intento, siendo también batidos por Estilicón durante el verano de 406.

Los dos ataques directos sobre las cabeceras del Imperio han fracasado.

Sin embargo, los vándalos asdingos, los alanos, los vándalos silingos, los suevos y tribus burgundias y francas tantean la misma empresa por otros lugares más alejados de las bases logísticas enemigas, y el 31 de diciembre del año 406 consiguen hundir el sistema defensivo del Rhin, por Mayenza, y ocupan gran parte de la Francia actual. Durante el otoño del año 409 pasan los Pirineos y se hacen prácticamente dueños de la península. Dos
años después son aceptados por Roma como «federados» y se trata de fijarles en España mediante la tradicional táctica de concederles tierras y trigo (2).

Entre tanto, Alarico no ceja en sus propósitos de abrirse paso hacia el sur. Lo intenta, en 403, por Verona, y luego, en 407 prueba por el Epiro; en 408 y 409 bloquea a Roma y el 24 de agosto de 410 entra a saco en la capital del Imperio. Inmediatamente —despreciando la continuación bárbara del Imperio— pretende pasar al África, objetivo de sus campañas, pero una adversidad marítima lo impide y fallece, a poco, en Calabria. Entonces —412— se dirigen hacia las Galias, noticiosos seguramente de la brecha abierta por los vándalos y suevos (3).

En mayo de 429 logra Genserico conducir al pueblo vándalo al África soñada, aquella a la cual (4) «la richesse encoré presque intacte avait transforée aux yeux de tous les barbares en una maniere de Paradis terrestre». Halphen parece tocar la verdad, pero no logra desentrañarla.

Hacia la mitad del siglo v un nuevo pueblo bárbaro —proveniente del este— pretende seguir el camino de sus antecesores y nos llegan las noticias de los intentos de los hunos para romper las defensas de los romanos imperios.

Este hecho no deja de ser sorprendente, pues nos indica cómo, mejor o peor, los anteriores bárbaros no pretendían la «destrucción del Imperio», «la expansión política o militar» o la satisfacción de unos anhelos incompatibles con Roma, puesto que el doble Imperio y sus líneas subsistían, y los bárbaros aceptaban
de buen grado la situación domesticada de federados; todo nos hace suponer, en suma, que los pueblos de la segunda oleada (godos en especial) sólo pretendieron atravesar el Imperio o disfrutar de su nivel de vida, pero no destruirle.

La tercera oleada —los hunnos— ha sido adornada con características disparatadas o sin prueba que atribuyen a sus primeros movimientos importantes —hacia 355— nada menos que la causa de la dinámica de los pueblos bárbaros en Europa: «... cette fois, c'etait tout un peuple qui se ruait a l'assaut. Ruée formidable et dont les effets devaient atteindre les proportions d'un cataclysme. Car, pressées les uns contre les autres, rejetées pele méle vers le sud et l'ouest, comme l'avaient été en Asie les Huns eux mémes sous la poussée des Jouan-Jouan, les tribus germaniques de l'Europe oriéntale et septentrionel vont se trouver en mase acculeés aux lignes romaines, qui cederont, non plus de place en place, mais de bout en bout, livrant brusquement passage a la cohue des hotes indesirables que les frontiéres avaient arretés tant bien que mal jusqu'alors» (5).

Esta tesis —tan general como ligeramente admitida— debe ser rechazada por las razones siguientes:

1° Los pueblos bárbaros del norte europeo estaban ya en movimiento hacia el sur siglos antes de la aparición de los hunos en Europa (6).
2°  Pretender que la parcial ocupación de Ucrania el año 370 por los hunos, después de la derrota de Ermenrico, Rey de los ostrogodos, extendió sus efectos por choques sucesivos hasta las costas del canal de la Mancha •—aparte la carencia de pruebas— es una anacrónica transferencia de la idea de la Europa superpoblada de hoy, a la real despoblación existente en el siglo IV (7).
 Los hechos históricos niegan que la punta de flecha de las intenciones de los hunos fuera inicialmente el
centro y occidente de Europa. Ellos buscan el sur a través del Cáucaso, Armenia, Capadocia y Siria o bien a través de Tracia; todavía en 395 parece que su objetivo era Antioquía.

Naturalmente y a pesar de que el imperio de los hunos a principios del siglo v iba del Cáucaso al Elba no era la extensión le que buscaban, y es tan claro el hecho que, sin explicárselo, los historiadores lo registran diciendo que «cette inmense etandue de territoires ne satisfaissait pourtant pas leurs appetits de conquéte » (8).

Pero el análisis somero de los movimientos y las reacciones que los himnos acometen y provocan puede sernos de enorme interés para desentrañar la finalidad perseguida por los pueblos bárbaros en general.

Digamos ante todo que la gran riada de Atila, la más potente, la más cruel y poderosa, fracasa estrepitosamente, y el enorme imperio de Atila se esfuma inexplicablemente, vencido por residuos deleznables de las fuerzas imperiales y de sus federados godos. Ninguna razón se nos ha dado de tan extraño fracaso. Por ello nos resistimos a admitir que los potentes himnos que, según la teoría casi oficial, desencadenaron la gran conmoción de los pueblos bárbaros fracasen en aquello mismo que consiguieron los supuestamente huidizos y empavorecidos vándalos y godos huyendo de los hunos.

A nuestro entender la razón debe buscarse en que la política y la postura romana frente a los hunos fue radicalmente diferente. No se les dan tierras porque no les interesaban —son nómadas— y porque era demasiado evidente que esta táctica no sirvió para fijar y frenar —para engañar— a los godos. Los imperiales (de Occidente y de Oriente) les dan, y en cantidad creciente, aquello que buscaban y que es lo único capaz de dejarles satisfechos y tranquilos: les dan oro.

Esta fue la gran causa material e inicial de la dinámica delos pueblos bárbaros (9).

¿Cómo se ha podido ignorar el empeño bárbaro por asentarse a dominar la costa norteafricana, colectora del oro del Sudán? Ya en el primer tercio del siglo v se establece un mercado en las orillas del Danubio y se desarrolla un tráfico regular. Los emperadores de Oriente y Occidente que saben muy bien el motivo de los movimientos bárbaros dejan por fin, vencidos, que el oro fluya hacia el norte. Y Rúa, tío de Atila, acepta el título y obligaciones de federado cuando el emperador de Oriente le paga un tributo anual de 350 libras de oro. La sed creciente del precioso metal —¡no las tierras, ni el trigo, ni el clima, ni el apetito de conquistas!— provoca una campaña y ocupación de la Mesia (Yiigoeslavia) que sólo es detenida al doblar la cantidad del áureo tributo anual. Atila, el 447. invade Tracia y Macedonia... pero se detiene de nuevo y se produce la paz cuando el tributo sube a dos mil cien libras de oro.

Cuando, en 448, el griego Priscos visita la corte de Atila halla vajillas, joyas, espadas y adornos de oro anotando que empiezan a establecerse sobre el territorio ocupado. ¿No será la afluencia del oro la causa de su fijación?

Hacia la mitad del siglo v —451 y 452— Atila cambia de dirección y busca el camino que siguieron idénticamente los visigodos: al sur siempre, pero —ahora— por Occidente. ¿Fue por las resistencias del Imperio de Oriente al pago de los tributos? ¿Fue por el agotamiento de los recursos auríferos de Bizancio y de sus posibilidades de reposición? ¿Fue por las noticias del éxito vándalo y de su establecimiento norteafricano, cerca de las fuentes colectoras del oro? Con toda seguridad por la combinación de las dos últimas, ya que los vándalos cortaron las fuentes de suministro y arribada del oro africano a Bizancio al ocupar la Mauritania (10).

Atila pasa el Rhin, ocupa Metz y parece que va a dominar las Galias. Pero los restos decadentes de la Roma occidental —Aecio— y los federados visigodos —Teodorico— que compás ten con ellos el dominio y el comercio del oro, le derrotan (bien en Mauriacus, cerca de Troyes o en los Campos Cataláunicos, cerca de Chalons). Fracasado en su intento por la ruta cierta y segura, lo repite en 452 por Italia; ocupa Aquileya y llega a Pavía donde León, obispo de Roma, concierta la paz (sus cláusu1.as se desconocen) seguramente por precio del oro anhelado. Atila muere y su gran Imperio se disuelve. En gran parte han conseguido lo que querían y su mordiente se ha ido embotando no por la conquista de unas tierras que sobraban por todas partes,
sino por el disfrute del oro que deseaban.

Parece muy claro, estudiando los hechos y no las intenciones más o menos supuestas, que la dinámica general de los pueblos bárbaros —dentro de ritmos diversos— tendía a buscar la cercanía con la «limes» romana y aun el contacto directo, desplazando y luchando con los pueblos que les taponaban el acceso o impedían o disputaban, con molesta vecindad, la extensión o el mantenimiento de la zona tangencial. El atractivo deslumbrador y fascinante que la «limes» ejerce sobre las tribus bárbaras, que se pisotean unas a otras, recuerda la ceguera de los insectos pululando en torno a la luz hasta quemarse en su llama. El fenómeno perdura con mayor o menor intensidad desde Julio César al fin del Imperio, y durante tan largo plazo surgen y se volatilizan tribus y pueblos, en una permanente marea de guerras, mezclas y migraciones, que funde estructuras como si fueran cera y que acaba solidificándose en los pueblos bárbaros históricos. Con el contacto buscan y consiguen:

A) O bien el oficio de una función intermediaria (11) entre Roma y el resto de pueblos bárbaros (de ahí las acciones regresivas o de lucha intestina para alcanzar el predominio).
B) O bien el disfrute de una introducción y admisión en el deleitoso mundo romano {12), o la sustanciosa adquisición {mercado y soldadas) de la condición de auxiliar y federado (13).

La última evolución, o paso, de esta dinámica apareja: una mayor conciencia de personalidad y fuerza entre ciertos pueblos «barbari», con una decadencia o agotamiento romano coincidente con los máximos arribos de oro a la metrópoli y a sus marcas fronterizas. Esta combinación facilita y hace nacer el deseo de una mayor inmersión en el mundo romano, el apoderarse de las rutas del oro después, y de sus fuentes, por último.

No deja de ser aleccionador que la más extensa reseña de carácter económico es la que dedica Tácito (14) a los metales preciosos, a pesar de la carencia germánica nativa. Y es sumamente curioso cómo describe el carácter gradual e irradiante, de estadios o zonas económicas, que se producían a partir de la frontera.

«Dudo, si propicios o airados los dioses les negaron la plata y el oro», escribió Tácito, buen conocedor, por lo visto, de la bifronte y contrapuesta función del oro (15). Esta carencia, tan resaltada por el extraordinario instinto histórico de Tácito, produciría enormes consecuencias.

Señala el historiador romano tres zonas (16):

1. La de los que «más próximos a nosotros por razón de la práctica del comercio, dan valor al oro y a la plata y conocen y prefieren algunas clases de nuestras monedas»:
2. La siguiente zona en la proximidad es la de los que «no hacen tanto caso como nosotros de su posesión o uso», y
3. La de los más alejados, o sea, «los que viven en el interior y usan más simple y primitivamente del cambio de mercancías».

La primera sería una economía bimetalista y con fenómenos de alteración de precios por aumentos del numerario en circulación (17); la segunda alternaría el trueque con la circulación de plata (18), y la tercera no practicaría las normas de una economía monetaria, permaneciendo en el mayor primitivismo económico,
y poseyendo las raras monedas u objetos preciosos llegados a poder de sus habitantes, el carácter de joyas preciadas o amuletos de poderío (i9), indicio valioso de que no veían en el oro una simple medida de los valores.

No creemos aventurado afirmar que esta irradiación por zonas tuvo una función capital en la dinámica de las migraciones y luchas civiles germánicas. Por lo menos nos explica, con mayor claridad, las presiones genéricas para establecer contacto con el mundo romano y las luchas entre los bárbaros para pasar de una zona a otra. Para acercarse al disfrute del oro.

Como demostró Dopsch, los historiadores no han hecho otra cosa que intentar atribuir las propias ideas de su época al período estudiado. De ahí que se nos haga difícil admitir la necesidad de levantar y prescindir —en parte— de la ingente masa de añadidos involuntarios de quienes —para asegurar la vigencia de sus tesis— se calificaban a sí mismos de objetivos. Es más, sólo violentando nuestras ideas y haciendo un esfuerzo —siempre imperfecto— para asimilarse la psicología y el ideario de una época, será posible intentar una interpretación exacta. Nada tiene de extraño, pues, que en la época de las grandes conflagraciones europeas —siglos XIX y XX— se haya aceptado la errónea tesis de la presión asiática y la disputa por la hegemonía continental.

Para admitir hipotéticamente la mentalidad de los primeros siglos, con su adoración casi religiosa por el oro, como factor fundamental de la dinámica de los pueblos bárbaros, pediríamos que se hiciera un intento para compenetrarse con los sentimientos y los hechos relatados en la Biblia después de la huida de Egipto.
En el Éxodo 32-70 se explica {20) cómo Aarón y les israelitas convencidos de la desaparición de Moisés pidieron dioses para que les guiaran y entonces fundieron un becerro de oro y lo adoraron exclamando: «Estos son tus dioses, ¡oh, Israel! que te han sacado de la tierra de Egipto». Históricamente estas frases nos enseñan:

1° Que el oro fue algo adorable y extraordinario, capaz de sustituir a Dios, incluso para un pueblo relativamente culto como los israelitas.
2° Que estos hechos se colocan en el libro del Éxodo o sea de las migraciones israelitas, y que no repugnaba a
la psicología popular que el oro fuera causa de su dinámica migratoria.

También en el capítulo de hechos históricos más próximos, la colonización sur y norte americana está íntimamente ligada a los grandes movimientos que provocaron los estímulos auríferos, no sólo en la inicial conquista y colonización española, sí que también en las grandes migraciones norteamericanas del siglo pasado, y que fueron cimiento capital del poderío estadounidense, de enorme trascendencia en la Historia Mundial.

Si la codicia del oro estuvo presente (21) y fue una fuerza actuante en los remotos, próximos y grandes movimientos de la Humanidad, ¿no será verosímil pensar —cuando tantos indicios nos lo señalan— que también influyó fundamentalmente en la dinámica de los pueblos bárbaros, en el nacimiento de Europa y de España?

Según nuestra tesis el oro desconocido, llegado lentamente a la «limes», adorado y amado por los bárbaros —a imagen y semejanza romana— que primero le conocieron, con virtudes que exaltaba y ennoblecía el fondo poético germano y la propia carencia, fue el causante material de la dinámica general. Los romanos sonreían primero de su ingenua ignorancia, pero acabaron por darse cuenta de sus peligrosos efectos; la resistencia romana, al trasvase del oro no hizo más que estimular y avivar los sentimientos germánicos, y cuando las fronteras fueron impotentes para contenerlos sólo pudieron detenerles transitoriamente —en su marcha en pos de las fuentes colectoras del norte africano— mediante la entrega de sumas crecientes.

Nada tan revelador como el decreto de los Emperadores Graciano, Valentiniano II y Teodosio (379-383) prohibiendo bajo pena de muerte que en el comercio con los germanos se efectuaran los pagos en oro, disposición que se incluyó, o fue revivida, en el Código de Justiniano (IV, 63, 2) (22). No se ha sabido explicar la razono o el porqué del inusitado rigor. El comercio germano con Roma tampoco era tan importante como para temer un vaciamiento del oro en aquel sentido. A nuestro entender fue una simple —y tardía— manifestación de cómo el Imperio había visto y comprendido el exacto revulsivo que las arribadas del oro provocaban en los pueblos germánicos. Tan tardía prohibición provocó casi fulminantemente —la cronología es reveladora— las primeras invasiones militares del Imperio por pueblos en masa.

El extraordinario aprecio del oro por los germanos puede deducirse de una serie de noticias sueltas.

En un pasaje de Herodiano, describiendo la expedición de Alejandro Severo al Rhin {año 234-235) dice que los germanos se hacían pagar en buenas monedas de oro porque eran muy codiciosos. Von Luschin, basándose en los hallazgos de monedas que en los siglos III y IV afluyeron a los territorios ocupados por los germanos, ha demostrado la existencia de tesoros, o sea, de un aprecio superior al valor monetario. En la expedición de Caracalla contra los alamanos y catos establecidos a orillas del Main (año 213) acudieron emisarios de lejanos pueblos ofreciendo amistad —y otros deponiendo la hostilidad— a cambio de oro.

Bastan estas citas a fin de apuntar la verosimilitud de la tesis. Posteriormente, ya en la plenitud altomedieval de los pueblos bárbaros, y como consecuencia de una añeja y creciente actitud, nos facilita prueba plena San Gregorio de Tours (23) al elevar su voz, en varias ocasiones, contra la innoble sed que despertaba el
oro y en los numerosos ejemplos de codicia aurífera apasionada que dominaba a los habitantes del norte de los Pirineos en el siglo vi. Dopsch afirma en su recapitulación (24) que «un vivo afán de lucro se había apoderado de amplios sectores de población en los siglos Vi y vil», pero no se atreve a completar la
tesis con la lógica afirmación de que el afán de lucro aurífero no había nacido per saltum o ex nihüo, sino que tenía antigua y lejana raíz, de la cual los siglos citados vieron su último estadio esplendoroso. Al afirmarlo nosotros nos limitamos a la aplicación de la propia tesis de Dopsch sobre la inexistencia de roturas de la
continuidad entre el mundo germánico y el romano y el alto medievo.

La dinámica decisiva de los pueblos bárbaros que configurara a Europa, es ligeramente posterior a un hecho trascendental ocurrido —siglo III— en el Sahara: La introducción del camello y el sistema de las grandes caravanas, que permitirían una explotación y comercio intensos del oro negro, que colectarán y repartirán
por el mundo romano las ciudades terminales de la costa africana del Mediterráneo. Del Níger al Rhin existen unos ritmos sincrónicos dignos de fecundo estudio.

Quizá sea oportuno resaltar que el oro es el primero, más constante y más extenso hecho de la Historia de la Humanidad, lo único que casi todos entendieron y casi todos ambicionaron. Encarnación perfecta de la pasión de mandar o de imperar, ninguna idea, religión o política, alcanzan la extensión —en el tiempo y en el espacio— de su vigencia y de la unanimidad despertada. Su historia es la del mundo.

De ahí que el oro fuera vehículo de universalidad y sea certero hilo para desentrañar la realidad del pasado. Con su trascendencia, y como método, debe ser utilizado en buena parte, para asomarnos y saludar el áureo nacimiento de Spania, pieza de •enlace del norte europeo, el este oriental y el sur africano.



(1) Históricamente la consciencia de España es anterior a la conversión de Recaredo. Se equivocó Menéndez y Pelayo, ofuscado por una transferencia de su reacción ante las ideas modernistas e izquierdistas, que en su época tenían marchamo germánico (Véase pág. 366 y siguientes del tomo I en su Historia de los Heterodoxos Españoles, edición del C. S. de I. C,
1946).

(2) La táctica romana de conceder tierras y trigo a los bárbaros, fue una simple habilidad política para apartarles de su obsesión por las rutas y las fuentes colectoras del oro. No fue, pues, un objetivo bárbaro, sino romano. En Germania, su país natal, sobraban tierras vírgenes y feraces. A este respecto es reveladora la descripción de Germania por Tácito: «sobremanera fértil» y «fecunda en ganados», resume el juicio (Obres Menors, página 133, II, edic. Bernat Metge, Barcelona, 1926).

(3) La ligereza con que se pretende explicar lo inexplicable mueve a cosas tan peregrinas como a la afirmación de que Gunderico, rey o caudillo de los Vándalos Asdingos, consiguió escapar a los golpes de los visigodos y a los del hambre «...en entrainant son peuple vers les fértiles contraes du sudeste de la peninsule...» ...¡cuando cualquiera sabe que el sudeste
fue y es una de las zonas más pobres de España! El sudeste era y es el mejor punto de la geografía peninsular para pasar al África.

(4) Les Barbares, por S. HALPHEN, 1948, pág. 22.

(5) HALPHEN: Ob. cit., pág. 14.

(6) Tácito escribió su «De origine et situ germanorum» a fines del siglo I utilizando trabajos más antiguos. Pues bien, toda su obra está llena de alusiones a luchas entre los germanos, migraciones y movimientos de población. Véase en especial, ob. cit., págs. 150 y 151, párrafo XXXVII.

(7) TÁCITO dice (ob. cit.. pág. 133, I) que la Germania está separada «de los sármatas y dacios por el recíproco temor y por las montañas». No había, pues, presión en un sentido, sino un espacio vacío. Al describir las formas de cultivo en común de los germanos escribe: «Facilita el reparto la posesión de grandes extensiones de tierras no cultivadas; anualmente cambian las tierras de cultivo y sobra tierra» (ob. cit., página 145, XXVI). Son explícitas manifestaciones que nos aclaran la real escasez de población, y de paso nos demuestran cómo no era el deseo de nuevas tierras o la falta de ellas, la causa de las migraciones —como se suele alegar con frecuencia.

(8) HALPHEN: Ob. cit., pág. 28.

(9) El tema de las causas del dinamismo ha preocupado muy poco. La técnica histórica tan exigente y tan minuciosa para cualquier detalle o hecho, admite cualquier vaguedad —falta de tierras, presión de los hunos...— sin prueba alguna, sin encaje lógico y hasta pasando por encima de indicios contrarios. Se ha llegado a decir que se movían en busca de mejor clima, suponiendo gratuitamente una presión irresistible en el país nativo, y olvidando que los bárbaros despreciaron las delicias climáticas de la Costa Azul, Provenza, el Levante español y el golfo de Nápoles. La atribución de una mentalidad turística a los pueblos bárbaros no ha despertado ninguna repulsa. Por otra parte la tesis del atractivo frumentario de la Mauritania es inadmisible para aplicarse a unos pueblos tan vigorosos y bien nutridos por su «habitat» nativo que admiraban a los propios romanos.

(10) Reconocemos que no es más que una hipótesis. Pero sobre ser convincente y lógica, posee la ventaja de facilitarnos una explicación de la causa de los insatisfactoriamente aclarados movimientos de Atila. Creemos que el permanecer en la simple negación, podando a la Historia de toda interpretación y reconstrucción, dejándola reducida a una descriptiva
de retazos sin ilación y sentido, es una labor benemérita y previa, pero insuficiente.

(11) TÁCITO (ob. cit., pág. 153, XLI) escribe: «El pueblo de los hermanduros (siguiendo ahora el curso del Danubio como antes el del Rhin) es el más próximo y fiel a los romanos y por eso únicos germánicos admitidos al comercio, no sólo en la ribera, sino muy adentro y hasta la más espléndida colonia de la provincia Rética...»

(12) Según TÁCITO (ob. cit., pág. 153, XLI), los hermanduros «pasan por todas partes sin guardias, y así como a las otras naciones enseñamos tan sólo nuestras armas y campamentos, a éstos, que no las envidian, les hemos abierto nuestras casas y ciudades».

(13) A los marcomanos i-pocas veces les ayudamos con nuestras armas, pero a menudo con dinero, y no son por eso menos fuertes». (TÁCITO: Ob. cit., pág. 153, XLII.)

(14) TÁCITO: Ob. cit., pág. 135, V.

(15) El atisbo de TÁCITO sobre la fórmula dificultad-posibilidad es un claro antecedente de la tesis de TOYNBEE.

(16) No podemos dejar de aludir a la casi centenaria polémica en torno si existió una economía natural o monetaria en la Alta Edad Media. La teoría del «manoir» autárquico, emanación de las antiguas costumbres germánicas desconocedora de la moneda y limitada al trueque, fue planteada, en 1879, por VON INAMA-STERNEGG, y luego por KARL LAMPRECHF, KARL BUCHER, L. M. HARTMAN y MAX WEBER; W. SOMBART intenta conciliar con su distinción entre economía propia y economía de cambio: P. SANDER, F. SCHNEIDER y W. FLE1SCHMAN también afirmaron la tesis de la subsistencia natural. La existencia y predominio de la economía monetaria fue defendida por SALVIOLI, ERNST MAYER, P. ROTH, A. HAUCK, SOETBEER, WAITZ, F. DAHN, H. PIRENNE (en parte) y DOPSCH. En España, SÁNCHEZ ALBORNOZ, VALDEAVELLANO, TORRES, etc. no admiten la existencia de un sistema puro de economía natural. En gran parte es una discusión confusa y todos llevan parte de razón, habiendo contribuido a su aclaración definitiva. En realidad se discute sobre una entelequia, como es la supuesta existencia de una forma de vida económica germánica. El territorio imponía diversidades y matices provenientes de sus diferencias infraestructurales, y por otra la historia de estos grupos humanos (en el largo plazo que va de CÉSAR a CARLO MAGNO) produjo múltiples evoluciones. En resumen: que ni las estructuras económicas de un territorio, ni los hechos observados por un historiador en un momento pueden justificar una generalización en contra del tiempo ni del espacio. Al fin y al cabo, con lo dicho por CÉSAR y por TÁCITO basta para tener una idea objetiva de los cambios, variedades, predominios y coexistencias. La vigencia entre los germanos primitivos de una economía no monetaria parece tan evidente como la progresiva adopción de la economía monetaria entre los bárbanos históricos.

(17) «Prefieren la moneda vieja y conocida de antaño: las dentadas o las que muestran un carro con dos caballos. (TÁCITO: Ob. cit., página 135, V.)

(18) «También buscan más la plata que el oro, no por alguna preferencia de gusto, sino porque la moneda de plata es de uso más fácil a los compradores de cosas comunes y de bajo precio». (TÁCITO: Ob. cit. y loe. cit.)

(19) EDWARD SCHODER ha demostrado que en la formación de la palabra uschilling» influyó, de modo decisivo, la costumbnc de emplear las primeras monedas conocidas por los germanos como adorno, pendientes o pectorales (cit. en la pág. 516 de Fundamentos Económicos y Sociales de la Cultura Europea, por ALFONS DOPSCH, Fondo de Cultura Económica, 1951). Esta utilización inicial decorativa es un indicio de la enorme impresión y aprecio adorativo que el oro produjo en los pueblos bárbaros. Y estas primeras reacciones psicológicas son un buen cimiento para explicarse las grávidas consecuencias que engendraron.

(20) Página 99, traducción Torres Amat. Madrid, 1943.

(21) No establecemos relaciones de causa a efecto, ni defendemos una tesis materialista.

(22) Cit. por DOPSCH: Ob. cit., pág. 480.

(23) Hist. Francorum, lib. VII, cap. 22.

(24) Ob. cit., pág. 524.



 José M. Fontana.
Separata de la Revista de Estudios Políticos (n°96, Noviembre, Diciembre 1957)

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