España nace después de la
«invasión de los bárbaros». Los períodos anteriores son prolegómenos de mayor o
menor influencia, pero no dan vida a la persona España, que hoy es todavía una
estructura viva (i).
El impulso unitario y comunitario
proviene del norte, y allí se hallarán, por tanto, las raíces de la nacionalidad.
Incluso cuando no podía existir aquella idea, es la España celta —prebárbara y
europea— quien manifiesta mayor personalidad y dureza frente a las águilas
romanas; mientras el sur es fácilmente sojuzgado, como lo fue siempre por
cualquier pueblo invasor.
Desde muy antiguo, las tribus
germánicas se sienten impulsadas hacia el sur. Pero en el siglo III (después de
Jesucristo) algo ha ocurrido, porque los pueblos bárbaros se remueven inquietos
y pugnan, cada vez con mayor fuerza y peligro, por arrollar al Imperio romano y
marchar hacia el África. Las tribus germánicas que Tácito describe han sido
absorbidas por una segunda oleada mucho más peligrosa: alemanes, burgundios, francos y godos. Ya en el año 275 ceden las legiones romanas la orilla derecha del
Rhin. Más al este se alinean en la frontera del Danubio los vándalos,
ostrogodos y visigodos. Todos ellos provienen del Báltico y Escandinavia. La
infiltración —bélica o pacífica— a través de la «limes» es tan constante como
el retroceso romano.
La primera irrupción germánica grave se produjo en
376 por el Danubio frente a Silistria cuando grandes úcleos visigodos se
establecieron en la Mesia (hoy Bulgaria), extendiéndose luego por toda la
península balcánica y fijándose transitoriamente —bajo el mando de Alarico— en
Ilyria, alejados de Constantinopla, y cerrado el paso hacia el sur anhelado,
por la habilidad y las fuerzas de Arcadio, Emperador de Oriente. En el año 401
intentaron Alarico y su pueblo abrirse camino hacia el África, a través de la península
italiana, pero fueron derrotados por Estilicón, ministro y general de Honorio,
Emperador de Occidente. En el año 405 son los ostrogodos con su jefe Radagesio
quienes repiten el intento, siendo también batidos por Estilicón durante el
verano de 406.
Los dos ataques directos sobre
las cabeceras del Imperio han fracasado.
Sin embargo, los vándalos
asdingos, los alanos, los vándalos silingos, los suevos y tribus burgundias y
francas tantean la misma empresa por otros lugares más alejados de las bases
logísticas enemigas, y el 31 de diciembre del año 406 consiguen hundir el sistema
defensivo del Rhin, por Mayenza, y ocupan gran parte de la Francia actual.
Durante el otoño del año 409 pasan los Pirineos y se hacen prácticamente dueños
de la península. Dos
años después son aceptados por
Roma como «federados» y se trata de fijarles en España mediante la tradicional
táctica de concederles tierras y trigo (2).
Entre tanto, Alarico no ceja en
sus propósitos de abrirse paso hacia el sur. Lo intenta, en 403, por Verona, y
luego, en 407 prueba por el Epiro; en 408 y 409 bloquea a Roma y el 24 de agosto
de 410 entra a saco en la capital del Imperio. Inmediatamente —despreciando la
continuación bárbara del Imperio— pretende pasar al África, objetivo de sus
campañas, pero una adversidad marítima lo impide y fallece, a poco, en
Calabria. Entonces —412— se dirigen hacia las Galias, noticiosos seguramente de
la brecha abierta por los vándalos y suevos (3).
En mayo de 429 logra Genserico
conducir al pueblo vándalo al África soñada, aquella a la cual (4) «la richesse
encoré presque intacte avait transforée aux yeux de tous les barbares en una
maniere de Paradis terrestre». Halphen parece tocar la verdad, pero no logra
desentrañarla.
Hacia la mitad del siglo v un
nuevo pueblo bárbaro —proveniente del este— pretende seguir el camino de sus
antecesores y nos llegan las noticias de los intentos de los hunos para romper las
defensas de los romanos imperios.
Este hecho no deja de ser
sorprendente, pues nos indica cómo, mejor o peor, los anteriores bárbaros no pretendían
la «destrucción del Imperio», «la expansión política o militar» o la satisfacción
de unos anhelos incompatibles con Roma, puesto que el doble Imperio y sus
líneas subsistían, y los bárbaros aceptaban
de buen grado la situación
domesticada de federados; todo nos hace suponer, en suma, que los pueblos de la
segunda oleada (godos en especial) sólo pretendieron atravesar el Imperio o
disfrutar de su nivel de vida, pero no destruirle.
La tercera oleada —los hunnos— ha
sido adornada con características disparatadas o sin prueba que atribuyen a sus
primeros movimientos importantes —hacia 355— nada menos que la causa de la
dinámica de los pueblos bárbaros en Europa: «... cette fois, c'etait tout un
peuple qui se ruait a l'assaut. Ruée formidable et dont les effets devaient
atteindre les proportions d'un cataclysme. Car, pressées les uns contre les
autres, rejetées pele méle vers le sud et l'ouest, comme l'avaient été en Asie
les Huns eux mémes sous la poussée des Jouan-Jouan, les tribus germaniques de
l'Europe oriéntale et septentrionel vont se trouver en mase acculeés aux lignes
romaines, qui cederont, non plus de place en place, mais de bout en bout,
livrant brusquement passage a la cohue des hotes indesirables que les frontiéres
avaient arretés tant bien que mal jusqu'alors» (5).
Esta tesis —tan general como
ligeramente admitida— debe ser rechazada por las razones siguientes:
1° Los pueblos bárbaros del norte
europeo estaban ya en movimiento hacia el sur siglos antes de la aparición de los
hunos en Europa (6).
2° Pretender que la parcial ocupación de
Ucrania el año 370 por los hunos, después de la derrota de Ermenrico, Rey de
los ostrogodos, extendió sus efectos por choques sucesivos hasta las costas del
canal de la Mancha •—aparte la carencia de pruebas— es una anacrónica
transferencia de la idea de la Europa superpoblada de hoy, a la real
despoblación existente en el siglo IV (7).
3° Los hechos históricos niegan que la
punta de flecha de las intenciones de los hunos fuera inicialmente el
centro y occidente de Europa.
Ellos buscan el sur a través del Cáucaso, Armenia, Capadocia y Siria o bien a
través de Tracia; todavía en 395 parece que su objetivo era Antioquía.
Naturalmente y a pesar de que el
imperio de los hunos a principios del siglo v iba del Cáucaso al Elba no era la
extensión le que buscaban, y es tan claro el hecho que, sin explicárselo, los
historiadores lo registran diciendo que «cette inmense etandue de territoires
ne satisfaissait pourtant pas leurs appetits de conquéte » (8).
Pero el análisis somero de los
movimientos y las reacciones que los himnos acometen y provocan puede sernos de
enorme interés para desentrañar la finalidad perseguida por los pueblos bárbaros
en general.
Digamos ante todo que la gran
riada de Atila, la más potente, la más cruel y poderosa, fracasa
estrepitosamente, y el enorme imperio de Atila se esfuma inexplicablemente,
vencido por residuos deleznables de las fuerzas imperiales y de sus federados
godos. Ninguna razón se nos ha dado de tan extraño fracaso. Por ello nos
resistimos a admitir que los potentes himnos que, según la teoría casi oficial,
desencadenaron la gran conmoción de los pueblos bárbaros fracasen en aquello
mismo que consiguieron los supuestamente huidizos y
empavorecidos vándalos y godos huyendo de los hunos.
A nuestro entender la razón debe
buscarse en que la política y la postura romana frente a los hunos fue
radicalmente diferente. No se les dan tierras porque no les interesaban —son
nómadas— y porque era demasiado evidente que esta táctica no sirvió para fijar
y frenar —para engañar— a los godos. Los imperiales (de Occidente y de Oriente)
les dan, y en cantidad creciente, aquello que buscaban y que es lo único capaz
de dejarles satisfechos y tranquilos: les dan oro.
Esta fue la gran causa material e
inicial de la dinámica delos pueblos bárbaros (9).
¿Cómo se ha podido ignorar el
empeño bárbaro por asentarse a dominar la costa norteafricana, colectora del
oro del Sudán? Ya en el primer tercio del siglo v se establece un mercado en
las orillas del Danubio y se desarrolla un tráfico regular. Los emperadores de
Oriente y Occidente que saben muy bien el motivo de los movimientos bárbaros dejan
por fin, vencidos, que el oro fluya hacia el norte. Y Rúa, tío de Atila, acepta
el título y obligaciones de federado cuando el emperador de Oriente le paga un
tributo anual de 350 libras de oro. La sed creciente del precioso metal —¡no
las tierras, ni el trigo, ni el clima, ni el apetito de conquistas!— provoca una
campaña y ocupación de la Mesia (Yiigoeslavia) que sólo es detenida al doblar
la cantidad del áureo tributo anual. Atila, el 447. invade Tracia y
Macedonia... pero se detiene de nuevo y se produce la paz cuando el tributo
sube a dos mil cien libras de oro.
Cuando, en 448, el griego Priscos
visita la corte de Atila halla vajillas, joyas, espadas y adornos de oro anotando
que empiezan a establecerse sobre el territorio ocupado. ¿No será la afluencia del
oro la causa de su fijación?
Hacia la mitad del siglo v —451 y
452— Atila cambia de dirección y busca el camino que siguieron idénticamente
los visigodos: al sur siempre, pero —ahora— por Occidente. ¿Fue por las
resistencias del Imperio de Oriente al pago de los tributos? ¿Fue por el
agotamiento de los recursos auríferos de Bizancio y de sus posibilidades de
reposición? ¿Fue por las noticias del éxito vándalo y de su establecimiento
norteafricano, cerca de las fuentes colectoras
del oro? Con toda seguridad por la combinación de las dos últimas, ya que los
vándalos cortaron las fuentes de suministro y arribada del oro africano a
Bizancio al ocupar la Mauritania (10).
Atila pasa el Rhin, ocupa Metz y
parece que va a dominar las Galias. Pero los restos decadentes de la Roma
occidental —Aecio— y los federados visigodos —Teodorico— que compás ten con
ellos el dominio y el comercio del oro, le derrotan (bien en Mauriacus, cerca
de Troyes o en los Campos Cataláunicos, cerca de Chalons). Fracasado en su
intento por la ruta cierta y segura, lo repite en 452 por Italia; ocupa Aquileya
y llega a Pavía donde León, obispo de Roma, concierta la paz (sus cláusu1.as se
desconocen) seguramente por precio del oro anhelado. Atila muere y su gran
Imperio se disuelve. En gran parte han conseguido lo que querían y su mordiente
se ha ido embotando no por la conquista de unas tierras que sobraban por todas
partes,
sino por el disfrute del oro que
deseaban.
Parece muy claro, estudiando los
hechos y no las intenciones más o menos supuestas, que la dinámica general de
los pueblos bárbaros —dentro de ritmos diversos— tendía a buscar la cercanía con
la «limes» romana y aun el contacto directo, desplazando y luchando con los
pueblos que les taponaban el acceso o impedían o disputaban, con molesta
vecindad, la extensión o el mantenimiento de la zona tangencial. El atractivo
deslumbrador y fascinante que la «limes» ejerce sobre las tribus bárbaras, que
se pisotean unas a otras, recuerda la ceguera de los insectos pululando en
torno a la luz hasta quemarse en su llama. El fenómeno perdura con mayor o menor intensidad
desde Julio César al fin del Imperio, y durante tan largo plazo surgen y se
volatilizan tribus y pueblos, en una permanente marea de guerras, mezclas y
migraciones, que funde estructuras como si fueran cera y que acaba
solidificándose en los pueblos bárbaros históricos. Con el contacto buscan y consiguen:
A) O bien el oficio de una
función intermediaria (11) entre Roma y el resto de pueblos bárbaros (de ahí
las acciones regresivas o de lucha intestina para alcanzar el predominio).
B) O bien el disfrute de una
introducción y admisión en el deleitoso mundo romano {12), o la sustanciosa
adquisición {mercado y soldadas) de la condición de auxiliar y federado (13).
La última evolución, o paso, de
esta dinámica apareja: una mayor conciencia de personalidad y fuerza entre
ciertos pueblos «barbari», con una decadencia o agotamiento romano coincidente con
los máximos arribos de oro a la metrópoli y a sus marcas fronterizas. Esta
combinación facilita y hace nacer el deseo de una mayor inmersión en el mundo romano,
el apoderarse de las rutas del oro después, y de sus fuentes, por último.
No deja de ser aleccionador que
la más extensa reseña de carácter económico es la que dedica Tácito (14) a los
metales preciosos, a pesar de la carencia germánica nativa. Y es sumamente curioso
cómo describe el carácter gradual e irradiante, de estadios o zonas económicas,
que se producían a partir de la frontera.
«Dudo, si propicios o airados los
dioses les negaron la plata y el oro», escribió Tácito, buen conocedor, por lo visto,
de la bifronte y contrapuesta función del oro (15). Esta carencia, tan resaltada
por el extraordinario instinto histórico de Tácito, produciría enormes
consecuencias.
Señala el historiador romano tres
zonas (16):
1. La de los que «más próximos a nosotros
por razón de la práctica del comercio, dan valor al oro y a la plata y conocen
y prefieren algunas clases de nuestras monedas»:
2. La siguiente zona en la
proximidad es la de los que «no hacen tanto caso como nosotros de su posesión o
uso», y
3. La de los más alejados, o sea,
«los que viven en el interior y usan más simple y primitivamente del cambio de mercancías».
La primera sería una economía
bimetalista y con fenómenos de alteración de precios por aumentos del numerario
en circulación (17); la segunda alternaría el trueque con la circulación de
plata (18), y la tercera no practicaría las normas de una economía monetaria,
permaneciendo en el mayor primitivismo económico,
y poseyendo las raras monedas u
objetos preciosos llegados a poder de sus habitantes, el carácter de joyas
preciadas o amuletos de poderío (i9), indicio valioso de que no veían en el oro
una simple medida de los valores.
No creemos aventurado afirmar que esta irradiación
por zonas tuvo una función capital en la dinámica de las migraciones y luchas
civiles germánicas. Por lo menos nos explica, con mayor claridad, las presiones
genéricas para establecer contacto con el mundo romano y las luchas entre los
bárbaros para pasar de una zona a otra. Para acercarse al disfrute del oro.
Como demostró Dopsch, los
historiadores no han hecho otra cosa que intentar atribuir las propias ideas de
su época al período estudiado. De ahí que se nos haga difícil admitir la
necesidad de levantar y prescindir —en parte— de la ingente masa de añadidos involuntarios
de quienes —para asegurar la vigencia de sus tesis— se calificaban a sí mismos
de objetivos. Es más, sólo violentando nuestras ideas y haciendo un esfuerzo
—siempre imperfecto— para asimilarse la psicología y el ideario de una época,
será posible intentar una interpretación exacta. Nada tiene de extraño, pues,
que en la época de las grandes conflagraciones europeas —siglos XIX y XX— se
haya aceptado la errónea tesis de la presión asiática y la disputa por la
hegemonía continental.
Para admitir hipotéticamente la
mentalidad de los primeros siglos, con su adoración casi religiosa por el oro,
como factor fundamental de la dinámica de los pueblos bárbaros, pediríamos que
se hiciera un intento para compenetrarse con los sentimientos y los hechos relatados
en la Biblia después de la huida de Egipto.
En el Éxodo 32-70 se explica {20)
cómo Aarón y les israelitas convencidos de la desaparición de Moisés pidieron
dioses para que les guiaran y entonces fundieron un becerro de oro y lo
adoraron exclamando: «Estos son tus dioses, ¡oh, Israel! que te han sacado de
la tierra de Egipto». Históricamente estas frases nos enseñan:
1° Que el oro fue algo adorable y
extraordinario, capaz de sustituir a Dios, incluso para un pueblo relativamente
culto como los israelitas.
2° Que estos hechos se colocan en el
libro del Éxodo o sea de las migraciones israelitas, y que no repugnaba a
la psicología popular que el oro
fuera causa de su dinámica migratoria.
También en el capítulo de hechos
históricos más próximos, la colonización sur y norte americana está íntimamente
ligada a los grandes movimientos que provocaron los estímulos auríferos, no sólo
en la inicial conquista y colonización española, sí que también en las grandes
migraciones norteamericanas del siglo pasado, y que fueron cimiento capital del
poderío estadounidense, de enorme trascendencia en la Historia Mundial.
Si la codicia del oro estuvo
presente (21) y fue una fuerza actuante en los remotos, próximos y grandes
movimientos de la Humanidad, ¿no será verosímil pensar —cuando tantos indicios nos
lo señalan— que también influyó fundamentalmente en la dinámica de los pueblos
bárbaros, en el nacimiento de Europa y de España?
Según nuestra tesis el oro
desconocido, llegado lentamente a la «limes», adorado y amado por los
bárbaros —a imagen y semejanza romana— que primero le conocieron, con virtudes
que exaltaba y ennoblecía el fondo poético germano y la propia carencia, fue el
causante material de la dinámica general. Los romanos sonreían primero de su ingenua ignorancia,
pero acabaron por darse cuenta de sus peligrosos efectos; la resistencia
romana, al trasvase del oro no hizo más que estimular y avivar los sentimientos
germánicos, y cuando las fronteras fueron impotentes para contenerlos sólo
pudieron detenerles transitoriamente —en su marcha en pos de las fuentes colectoras
del norte africano— mediante la entrega de sumas crecientes.
Nada tan revelador como el
decreto de los Emperadores Graciano, Valentiniano II y Teodosio (379-383)
prohibiendo bajo pena de muerte que en el comercio con los germanos se
efectuaran los pagos en oro, disposición que se incluyó, o fue revivida, en el Código
de Justiniano (IV, 63, 2) (22). No se ha sabido explicar la razono o el porqué
del inusitado rigor. El comercio germano con Roma tampoco era tan importante
como para temer un vaciamiento del oro en aquel sentido. A nuestro entender fue
una simple —y tardía— manifestación de cómo el Imperio había visto y
comprendido el exacto revulsivo que las arribadas del oro provocaban en los
pueblos germánicos. Tan tardía prohibición provocó casi fulminantemente —la
cronología es reveladora— las primeras invasiones militares del Imperio por
pueblos en masa.
El extraordinario aprecio del oro
por los germanos puede deducirse de una serie de noticias sueltas.
En un pasaje de Herodiano,
describiendo la expedición de Alejandro Severo al Rhin {año 234-235) dice que
los germanos se hacían pagar en buenas monedas de oro porque eran muy
codiciosos. Von Luschin, basándose en los hallazgos de monedas que en los
siglos III y IV afluyeron a los territorios ocupados por los germanos, ha demostrado la
existencia de tesoros, o sea, de un aprecio superior al valor monetario. En la
expedición de Caracalla contra los alamanos y catos establecidos a orillas del
Main (año 213) acudieron emisarios de lejanos pueblos ofreciendo amistad —y
otros deponiendo la hostilidad— a cambio de oro.
Bastan estas citas a fin de
apuntar la verosimilitud de la tesis. Posteriormente, ya en la plenitud
altomedieval de los pueblos bárbaros, y como consecuencia de una añeja y
creciente actitud, nos facilita prueba plena San Gregorio de Tours (23) al
elevar su voz, en varias ocasiones, contra la innoble sed que despertaba el
oro y en los numerosos ejemplos
de codicia aurífera apasionada que dominaba a los habitantes del norte de los
Pirineos en el siglo vi. Dopsch afirma en su recapitulación (24) que «un vivo afán
de lucro se había apoderado de amplios sectores de población en los siglos Vi y
vil», pero no se atreve a completar la
tesis con la lógica afirmación de
que el afán de lucro aurífero no había nacido per saltum o ex nihüo, sino
que tenía antigua y lejana raíz, de la cual los siglos citados vieron su último
estadio esplendoroso. Al afirmarlo nosotros nos limitamos a la aplicación de la
propia tesis de Dopsch sobre la inexistencia de roturas de la
continuidad entre el mundo
germánico y el romano y el alto medievo.
La dinámica decisiva de los
pueblos bárbaros que configurara a Europa, es ligeramente posterior a un hecho
trascendental ocurrido —siglo III— en el Sahara: La introducción del camello y el
sistema de las grandes caravanas, que permitirían una explotación y comercio
intensos del oro negro, que colectarán y repartirán
por el mundo romano las ciudades
terminales de la costa africana del Mediterráneo. Del Níger al Rhin existen
unos ritmos sincrónicos dignos de fecundo estudio.
Quizá sea oportuno resaltar que
el oro es el primero, más constante y más extenso hecho de la Historia de la
Humanidad, lo único que casi todos entendieron y casi todos ambicionaron.
Encarnación perfecta de la pasión de mandar o de imperar, ninguna idea,
religión o política, alcanzan la extensión —en el tiempo y en el espacio— de su
vigencia y de la unanimidad despertada. Su historia es la del mundo.
De ahí que el oro fuera vehículo
de universalidad y sea certero hilo para desentrañar la realidad del pasado.
Con su trascendencia, y como método, debe ser utilizado en buena parte, para
asomarnos y saludar el áureo nacimiento de Spania, pieza de •enlace del norte europeo,
el este oriental y el sur africano.
(1) Históricamente la consciencia
de España es anterior a la conversión de Recaredo. Se equivocó Menéndez y
Pelayo, ofuscado por una transferencia de su reacción ante las ideas
modernistas e izquierdistas, que en su época tenían marchamo germánico (Véase
pág. 366 y siguientes del tomo I en su Historia de los Heterodoxos
Españoles, edición del C. S. de I. C,
1946).
(2) La táctica romana de conceder
tierras y trigo a los bárbaros, fue una simple habilidad política para
apartarles de su obsesión por las rutas y las fuentes colectoras del
oro. No fue, pues, un objetivo bárbaro, sino romano. En Germania,
su país natal, sobraban tierras vírgenes y feraces. A este respecto es
reveladora la descripción de Germania por Tácito: «sobremanera fértil» y
«fecunda en ganados», resume el juicio (Obres Menors, página 133, II,
edic. Bernat Metge, Barcelona, 1926).
(3) La ligereza con que se
pretende explicar lo inexplicable mueve a cosas tan peregrinas como a la afirmación
de que Gunderico, rey o caudillo de los Vándalos Asdingos, consiguió escapar a
los golpes de los visigodos y a los del hambre «...en entrainant son peuple
vers les fértiles contraes du sudeste de la peninsule...» ...¡cuando cualquiera
sabe que el sudeste
fue y es una de las zonas más
pobres de España! El sudeste era y es el mejor punto de la geografía peninsular
para pasar al África.
(4) Les Barbares, por S.
HALPHEN, 1948, pág. 22.
(5) HALPHEN: Ob. cit., pág. 14.
(6) Tácito escribió su «De origine
et situ germanorum» a fines del siglo I utilizando trabajos más antiguos. Pues
bien, toda su obra está llena de alusiones a luchas entre los germanos,
migraciones y movimientos de población. Véase en especial, ob. cit., págs. 150
y 151, párrafo XXXVII.
(7) TÁCITO dice (ob. cit.. pág.
133, I) que la Germania está separada «de los sármatas y dacios por el
recíproco temor y por las montañas». No había, pues, presión en un sentido,
sino un espacio vacío. Al describir las formas de cultivo en común de los germanos
escribe: «Facilita el reparto la posesión de grandes extensiones de tierras no
cultivadas; anualmente cambian las tierras de cultivo y sobra tierra» (ob.
cit., página 145, XXVI). Son explícitas manifestaciones que nos aclaran la real
escasez de población, y de paso nos demuestran cómo no era el deseo de nuevas
tierras o la falta de ellas, la causa de las migraciones —como se suele alegar
con frecuencia.
(8) HALPHEN: Ob. cit., pág. 28.
(9) El tema de las causas del
dinamismo ha preocupado muy poco. La técnica histórica tan exigente y tan
minuciosa para cualquier detalle o hecho, admite cualquier vaguedad —falta de
tierras, presión de los hunos...— sin prueba alguna, sin encaje lógico y hasta
pasando por encima de indicios contrarios. Se ha llegado a decir que se movían
en busca de mejor clima, suponiendo gratuitamente una presión irresistible en
el país nativo, y olvidando que los bárbaros despreciaron las delicias climáticas
de la Costa Azul, Provenza, el Levante español y el golfo de Nápoles. La atribución
de una mentalidad turística a los pueblos bárbaros no ha despertado ninguna
repulsa. Por otra parte la tesis del atractivo frumentario de la Mauritania es
inadmisible para aplicarse a unos pueblos tan vigorosos y bien nutridos por su
«habitat» nativo que admiraban a los propios romanos.
(10) Reconocemos que no es más que
una hipótesis. Pero sobre ser convincente y lógica, posee la ventaja de
facilitarnos una explicación de la causa de los insatisfactoriamente aclarados
movimientos de Atila. Creemos que el permanecer en la simple negación, podando
a la Historia de toda interpretación y reconstrucción, dejándola reducida a una
descriptiva
de retazos sin ilación y sentido,
es una labor benemérita y previa, pero insuficiente.
(11) TÁCITO (ob. cit., pág. 153,
XLI) escribe: «El pueblo de los hermanduros (siguiendo ahora el curso del
Danubio como antes el del Rhin) es el más próximo y fiel a los romanos y por
eso únicos germánicos admitidos al comercio, no sólo en la ribera, sino muy
adentro y hasta la más espléndida colonia de la provincia Rética...»
(12) Según TÁCITO (ob. cit., pág.
153, XLI), los hermanduros «pasan por todas partes sin guardias, y así como a
las otras naciones enseñamos tan sólo nuestras armas y campamentos, a éstos,
que no las envidian, les hemos abierto nuestras casas y ciudades».
(13) A los marcomanos i-pocas
veces les ayudamos con nuestras armas, pero a menudo con dinero, y no son por
eso menos fuertes». (TÁCITO: Ob. cit., pág. 153, XLII.)
(14) TÁCITO: Ob. cit., pág. 135,
V.
(15) El atisbo de TÁCITO sobre la
fórmula dificultad-posibilidad es un claro antecedente de la tesis de TOYNBEE.
(16) No podemos dejar de aludir a
la casi centenaria polémica en torno si existió una economía natural o
monetaria en la Alta Edad Media. La teoría del «manoir» autárquico, emanación
de las antiguas costumbres germánicas desconocedora de la moneda y limitada al
trueque, fue planteada, en 1879, por VON INAMA-STERNEGG, y luego por KARL
LAMPRECHF, KARL BUCHER, L. M. HARTMAN y MAX WEBER; W. SOMBART intenta conciliar
con su distinción entre economía propia y economía de cambio: P. SANDER, F.
SCHNEIDER y W. FLE1SCHMAN también afirmaron la tesis de la subsistencia
natural. La existencia y predominio de la economía monetaria fue defendida por
SALVIOLI, ERNST MAYER, P. ROTH, A. HAUCK, SOETBEER, WAITZ, F. DAHN, H. PIRENNE
(en parte) y DOPSCH. En España, SÁNCHEZ ALBORNOZ, VALDEAVELLANO, TORRES, etc.
no admiten la existencia de un sistema puro de economía natural. En gran parte
es una discusión confusa y todos llevan parte de razón, habiendo contribuido a
su aclaración definitiva. En realidad se discute sobre una entelequia, como es
la supuesta existencia de una forma de vida económica germánica. El
territorio imponía diversidades y matices provenientes de sus diferencias infraestructurales,
y por otra la historia de estos grupos humanos (en el largo plazo que va de
CÉSAR a CARLO MAGNO) produjo múltiples evoluciones. En resumen: que ni las
estructuras económicas de un territorio, ni los hechos observados por un
historiador en un momento pueden justificar una generalización en contra del
tiempo ni del espacio. Al fin y al cabo, con lo dicho por CÉSAR y por TÁCITO basta
para tener una idea objetiva de los cambios, variedades, predominios y
coexistencias. La vigencia entre los germanos primitivos de una economía no
monetaria parece tan evidente como la progresiva adopción de la economía
monetaria entre los bárbanos históricos.
(17) «Prefieren la moneda vieja y
conocida de antaño: las dentadas o las que muestran un carro con dos caballos.
(TÁCITO: Ob. cit., página 135, V.)
(18) «También buscan más la plata
que el oro, no por alguna preferencia de gusto, sino porque la moneda de plata
es de uso más fácil a los compradores de cosas comunes y de bajo precio».
(TÁCITO: Ob. cit. y loe. cit.)
(19) EDWARD SCHODER ha demostrado
que en la formación de la palabra uschilling» influyó, de modo decisivo, la
costumbnc de emplear las primeras monedas conocidas por los germanos como
adorno, pendientes o pectorales (cit. en la pág. 516 de Fundamentos
Económicos y Sociales de la Cultura Europea, por ALFONS DOPSCH, Fondo de
Cultura Económica, 1951). Esta utilización inicial decorativa es un indicio de
la enorme impresión y aprecio adorativo que el oro produjo en los pueblos
bárbaros. Y estas primeras reacciones psicológicas son un buen cimiento para explicarse
las grávidas consecuencias que engendraron.
(20) Página 99, traducción Torres Amat. Madrid,
1943.
(21) No establecemos relaciones de
causa a efecto, ni defendemos una tesis materialista.
(22) Cit. por DOPSCH: Ob. cit., pág. 480.
(23) Hist. Francorum, lib.
VII, cap. 22.
(24) Ob. cit., pág. 524.
0 comentarios:
Publicar un comentario