miércoles, 29 de abril de 2015

Una aproximación a Amiano Marcelino.


Fué Ammiano Marcelino natural de Grecia, probablemente nacido en Antioquía, de padres que la historia no ha conocido, pero nobles sin duda, porque Ammiano se atribuye la cualidad de ingemus y, en su libro, llama ingenui á los nobles. Siendo muy joven sirvió, bajo el reinado de Constantino, en una cohorte de caballería que mandaba en Oriente un tal Ursicino, varón muy notable en la guerra, á quien con frecuencia alaba en su libro; después ingresó en los protectores domestici, ó guardia especial de Constantino, formada de soldados escogidos: Joviano comenzó por ser compañero de Ammiano Marcelino, pasando de protector doméstico á jefe de la escuela, y de este cargo á Emperador. Poco después enviaron á Ursicino á la Galia para someter la colonia de los Ubianos, de la que se había apoderado el jefe de caballería Silvano, de origen franco. Ursicino llevó consigo á Ammiano, quien tomó parte en los acontecimientos de la breve campaña en que Silvano fué derrotado y muerto. En seguida llamó el Emperador á Ursicino, enviándole otra vez á Oriente, á donde le siguió Ammiano. Allí tuvieron lugar expediciones en las que se distinguieron el jefe y su compañero, éste como negociador y soldado á la vez. Ammiano estuvo á punto de caer en manos de los persas. Separado durante algún tiempo de su jefe, y sitiado en la ciudad de Amida, que fué tomada á pesar de enérgica resistencia, consiguió escapar, y, después de varias aventuras, logró reunirse con Ursicino en Antioquía. Ursicino recibió en premio de sus servicios la ingratitud palaciega, quedando relegado á la ociosidad de la vida privada. Ammiano conservó su puesto de protector doméstico, ignorándose si con esta cualidad ó con grado superior hizo la guerra en Persia con el emperador Juliano. Bajo el reinado de Valentiniano y Valente renunció á la carrera de las armas y se retiró á Antioquía, de donde le arrojaron vejaciones que tuvo que sufrir de parte de los curiales, despidiéndose del Oriente, su patria, y regresando á Roma en vida de Valente. Allí trabó amistad con muchas personas notables, y, dedicándose por completo á las letras, fija la atención en las obras de Catón el Censor, de César, Salustio y Cicerón, acometió la empresa de escribir la historia de Roma, desde el reinado de Nerva hasta la muerte de Valente. Ignórase en qué época murió Ammiano Marcelino. Su obra ha llegado á nosotros mutilada, habiéndose perdido trece libros de los treinta y uno de que constaba. Esta historia abrazaba un período de cerca de tres siglos, desde el año 96 al 378, Lo que queda solamente contiene los acontecimientos de veinticinco años, desde el 353 al 378. El libro XIV comienza en el año 17 del reinado de Constancio; el XXX I termina en la muerte de Valente, en la guerra que sostuvo contra los godos. Varones muy eminentes han sostenido que Ammiano Marcelino fué cristiano ó estuvo muy cerca de serlo, deduciéndolo de algunos pasajes en que parece que el historiador habla favorablemente de la nueva religión. En uno de estos pasajes alaba Ammiano á Sapor, rey de los persas, «por haber respetado en el saqueo de dos fortalezas á las vírgenes consagradas al culto divino, según el rito de los cristianos»: en otro lugar refiere que «Teodosio el padre trató con dulzura á los sacerdotes del rito cristiano»: y esto otro parece más claro todavía: «Constancio confundió el cristianismo, en su pureza y sencillez, con una superstición de vieja.» Ahora bien, esta superstición era el arrianismo; ¿y quién sino un cristiano pudo tratar de superstición de vieja al arrianismo? En fin, hablando de los mártires, dice noblemente «que supieron guardar hasta la muerte la integridad de su fe». Ningún pagano hubiese hablado de esta manera. Pero, faltando otras pruebas, estos pasajes solamente demuestran que era imparcial y prudente en medio de las distintas situaciones del cristianismo en aquella época, y que hacía justicia á los cristianos, aunque no participase de sus creencias. Porque en otros muchos puntos de su obra se manifiesta abiertamente pagano, hablando de los dioses del paganismo como de sus propios dioses. Como historiador no merece, según los críticos, figurar en la misma línea que Salustio, Tito Livio y Tácito, pero no se le puede negar puesto muy distinguido entre los historiadores de segundo orden. Talento perspicaz y observador, cuando conoce bien los acontecimientos de que habla y no le extravían las preocupaciones de su época, consigue descubrirlas causas verdaderas y los móviles que impulsan á los hombres. También traza graciosos cuadros de costumbres, como este retrato de Constancio: «Entrando enEoma sobre un carro, encorvando su escasa estatura bajo las puertas más altas, fijos los ojos, inmóvil y como aprisionado el cuello, no volviendo el rostro á derecha ni izquierda, hombre de yeso, al que no mueven las sacudidas del carro, las manos pegadas al cuerpo, sin sonarse, sin tocarse si-quiera la nariz»: y como al hablar del maestro de armas Lupicino, «que levantaba las cejas como cuernos». Para conocer los géneros de corrupción que penetran en las cortes, la astucia de los aduladores, los tortuosos caminos que llevan al favor de los príncipes, las intrigas dé los cortesanos para destruirse mutuamente, los sufrimientos del temor y de la envidia, las miserias de toda clase con que un puñado de hombres agobia á los pueblos; para ver una pintura enérgica de las calamidades que engendra el despotismo, debe leerse el libro en que Ammiano habla del reinado de Constancio y el relato del pernicioso gobierno de este príncipe, que creía conmover el mundo con un movimiento de cejas y no era más que esclavo de sus aduladores, constante presa de sospechas ó temores, en una corte donde dominaban los eunucos. Si por la energía de algunos rasgos y la verdad satírica de algunas reflexiones morales Ammiano es superior á la parte pagana de la sociedad de su tiempo, también es cierto que se rebaja hasta el nivel de los más ignorantes por su superstición, en lo que le daba ejemplo su héroe Juliano. Y, sin embargo, Ammiano se burla de este príncipe por su credulidad, cosa que no le impide llenar sus relatos de presagios y visiones de adivinadora. Este escritor, que á veces sabe descubrir en las pasiones de los hombres la causa de los acontecimientos, frecuentemente no ve en los hechos sino el cumplimiento de predicciones, y se esfuerza en demostrar, por medio de pueriles sutilezas, que el sabio puede llegar á vaticinar lo venidero. E l estilo de Ammiano Marcelino es el de su época, con algunas bellezas de tiempos mejores. Hacía ya dos siglos que la lengua latina había degenerado en una especie de jerga ampulosa, cargada de tropos, mezclando las pompas del estilo lírico con las trivialidades del lenguaje más vulgar, sobrecargándose con palabras nuevas y obscureciéndose con sus esfuerzos para deslumbrar. La costumbre de las lecturas públicas, que subsistía aún en esta época, añadía corrupción especial á las causas generales de la corrupción del lenguaje. La historia de Ammiano Marcelino fué leída en público, mereciendo muchos aplausos. El célebre Libanio le felicita en una carta, diciéndole: «He sabido por personas llegadas de Roma que has leído en público trozos de tu libro y que te propones leer otros; creo que los aplausos tributados á lo conocido te alentarán para publicar el resto.» De aquí el lenguaje hinchado y sonoro, único que podía agradar á un auditorio más sensible á la armonía de las palabras que á la fuerza del raciocinio. Para causar efecto en la lectura, prodiga Ammiano las comparaciones entre su tiempo y los anteriores; apostrofa con tanta frecuencia á la fortuna, amontona metáforas y describe en estilo épico los asedios y combates. Para conseguir aplausos en los banquetes, afecta erudición y siembra en sus relatos citas de Cicerón y versos de Virgilio y de Terencio; se entretiene en vanas digresiones acerca de algunas divinidades paganas, dé los obeliscos, jeroglíficos, terremotos, eclipses de sol y de luna, origen de las perlas y de los fuegos que bajan del cielo; en fin, acerca de los jurisconsultos y de lo que graciosamente llama «diferentes especies de abogados», siendo más bien esta última digresión una sátira contra los curiales, cuyas maniobras le obligaron á abandonar á Antioquía. Lo mucho que ha servido la obra de Ammiano Marcelino á los escritores modernos hace su mejor elogio.


Prólogo de HISTORIA DEL IMPERIO ROMANO, Desde el año 350 al 378 de la era Cristiana, escrita en latín por Ammiano Marcelino y vertida al castellano por F. Norberto Castilla, (TOMO I y II), MADRID, Librería de la viuda de Hernando y C.A, Calle del arenal, num 11. - 1895-96.

F. Norberto Castilla es el seudónimo de Francisco Navarro y Calvo, Canónigo de la Metropolitana de Granada, traductor de varias obras incluídas en la Biblioteca Clásica de su hermano D. Luis. Los dos tomos de Ammiano Marcelino son el 193 y el 194 de dicha colección. La noticia biográfica y las notas están tomadas de la colección de Nisard, aunque el traductor no lo expresa.

Tomo I, 406 págs. Tomo II, 292. El volumen alcanza hasta la pág. 419, pero es porque incluye, además, la Historia de los Godos, de Jordanes.



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