jueves, 23 de abril de 2015

El "historiador cautivo": Amiano Marcelino frente a su auditorio senatorial romano.



Amiano Marcelino, el más importante historiador latino de la Antigüedad Tardía, llegó a Roma en 383 d.C. Pronto buscó la protección de la aristocracia senatorial pagana para publicar sus Res Gestae, pero a cambio tuvo que defender sus intereses. Además, debió ser prudente frente a los cristianos, en creciente apogeo gracias a la política de Teodosio I Así llegó a convertirse en un escritor plenamente subordinado a su público.

Hay muchos aspectos de la vida del historiador Amiano Marcelino que se nos escapan. De hecho, podríamos afirmar que sólo conocemos lo que él nos cuenta de sí mismo 1. Entre tales lagunas destaca poderosamente la que abarca los últimos años de su existencia, cuando se establece en Roma y publica las Res gestae. Estamos hablando de los años ochenta y de principios de los noventa del siglo IV. El antioqueño podría rondar los sesenta años (esto es una conjetura, también desconocemos una fecha de nacimiento siquiera aproximada)2, ya no guardaba ninguna relación con el ejército y acudía a la Urbs para probar fortuna en la complicada arena literaria de la antigua capital del Imperio. Ésa es la razón fundamental por la que escribió en latín, y no en su lengua vernácula que era el griego 3.

Se puede especular mucho acerca del éxito que alcanzó la obra de Amiano en Roma. Si nos guiamos por la epístola 1063 de Libanio, dirigida a un tal Marcellinos que residía allí, obtuvo un éxito notable a principios de los años noventa del siglo IV (hacia 392). No queda del todo claro que el destinatario del célebre retor se identifique con nuestro Amiano. En cualquier caso, si triunfó no fue sino después de ciertos desagradables episodios frente al grupo social que determinaba quién merecía el reconocimiento literario y quién no: la aristocracia senatorial romana.

El primero de estos trances ocurrió en el invierno de 383-384, cuando la Urbs padeció una severa hambruna. El prestigioso senador Símaco era, a la sazón, prefecto urbano, y su primera medida consistió en expulsar de la misma a todos los extranjeros para así poder garantizar el abastecimiento 4. Amiano figuraba entre ellos, y por ello mostró su acritud (14.6.19) al comprobar que, pese a la escasez, a 3.000 bailarinas y a numerosos integrantes del mundo de la farándula se les permitía permanecer en la ciudad. Éste será el basamento de su primer ataque a ciertos sectores aristocráticos: la vergonzosa preferencia de éstos por las diversiones antes que por el estudio y la erudición (14.6.18).

Amiano comenzaba con mal pie sus andanzas por la Urbs. Como griego, y gran lector de autores griegos 5, el antioqueno debía de conocer la queja que expresara Polibio cinco siglos antes (31.26.9): que en Roma nadie regalaba nada si podía evitarlo. Lamentablemente también desconocemos cuál era la situación financiera del historiador por estos años, ni cuál su reputación entre los círculos acomodados de la capital. Con toda probabilidad ambas condiciones no debían de ser muy boyantes. No creo que T. D. Bames 6 se equivoque al defender que Amiano era, por esta época, un hombre resentido y frustrado, estigmatizado por su antiguo seguimiento del paganísimo Juliano en un mundo en el que el cristianismo ya se advertía como imparable, apartado del patrocinio de los influyentes senadores capitalinos...

De todos modos, su obra se publicó, lo que equivale a decir que finalmente encontró "patrocinadores". Y no cualesquiera patrocinadores. De sus páginas se colige con facilidad los valores que Amiano defiende: los de la clase senatorial 7. La defensa a ultranza de la romanidad antigua, la que generaba grandeza gracias a la perfecta conjunción entre Virtus y Fortuna (14.6.3), y de la cual era depositaria la aristocracia romana, es el principal mensaje de sus Res gestae. Y de aquí se deriva el principio rector de su prosa: no contradecir nunca, antes al contrario, los intereses de su selecto auditorio 8. Más adelante examinaremos quiénes forman parte de este público.

No obstante, habremos de precisar el destinatario de las lecturas públicas de Amiano, porque si bien todos son senadores, no son todos los senadores. A la gloria que acompaña al cuerpo social (14.6.6) el historiador contrapone la conducta impropia de un pequeño sector del mismo (14.6.7 ss.). Luego no es el Senado como tal el círculo al que el antioqueno destina su obra. Como pensó S. A. Stertz, a nuestro autor le interesaron más los asuntos militares y las vidas de los emperadores 9. Desde luego, Amiano no fue Aurelio Víctor ni Rutilio Namaciano, para quienes la noble asamblea constituía el punto de referencia básico a la hora de examinar la política romana.

El siglo IV se muestra como una centuria peculiar a la hora de abordar el estudio del medio senatorial. Por una parte asistimos, desde el reinado de Constantino, a la recuperación del peso específico del Senado frente al poderoso avance del ejército y del orden ecuestre acontecido en el siglo III; por otra nos encontramos con su división en dos Curias, la de Roma y la emergente de Constantinopla, así como una progresiva barbarización de la oficialidad militar 10 y un aumento del autoritarismo de los emperadores. Para el testimonio de Amiano, V. Neri apuntó hace unos años que la figura imperial y sus relaciones con el ejército desplazan en las Res gestae a la tradicional contraposición entre emperador y Senado 11. Estaríamos hablando, pues, de un estadio de crisis en lo que respecta al poder de Jacto de los senadores durante el siglo IV.

Si esto ocurrió así, surge la siguiente pregunta: ¿Por qué, entonces, la epigrafía y la literatura de esta centuria insisten machaconamente en la pujanza de valores aristocráticos? El mismo V. Neri había contestado al interrogante con un trabajo anterior: tal insistencia es el indicio más patente del declive 12. Como nos ha recordado recientemente Av. Cameron, la aristocracia del siglo IV lo era ante todo de servicio respecto de la casa imperial, y, en muchas ocasiones, el rancio abolengo que proclamaba a los cuatro vientos tenía más de motivo propagandístico que de realidad 13. Los senadores tuvieron que desplegar todas sus recursos para conservar la tradicional ostentación de magistraturas, con los onerosos gravámenes que ello implicaba, como único medio de no ver debilitada su capacidad de presión política 14. 

Traditio es la palabra clave en todo este proceso, es decir, el acervo cultural, social y político de una élite que conectaba con los ilustres tiempos de la República en un desesperado intento de no verse arrollada por otras fuerzas de su época.

Amiano se valió de esta necesidad para hacerse un hueco en los salones nobiliarios de fines del siglo IV. Como señaló G. E. M. de Ste. Croix, su disciplinado carácter de antiguo soldado le facilita defender la rígida estratificación de la sociedad tradicional romana 15, haciendo alarde de un extremo conservadurismo que reacciona contra todo lo que huela a innovación. Esto lo detectamos en su juicio sobre el emperador Constantino en 21.10.8: en este pasaje recoge el topos literario latino, presente desde época tardorrepublicana, que tipifica la innovación como la tarjeta de visita de los tiranos 16.

Amiano no se cansa de añorar los tiempos de la República y sus exempla nos pasean por la Roma de la guerra contra Aníbal, de Catón el Censor, de los Escipiones o de los grandes generales del siglo I a.c., subrayando su veneración del mas maoirum como síntesis de la virtud senatorial y compendio de los valores que justificaban la preeminencia política del Senado 17. En esa línea, el recurso a fuentes documentales manifiestamente prosenatoriales no hacía sino acentuar tal letanía 18. El mecanismo básico de este fenómeno es sencillo de explicar: la superación de la decadencia se busca a través del retomo al orden antiguo, libre por definición, articulando una actitud que S. Mazzarino, en un trabajo ya clásico, llamó el "síndrome de Urukagina"19.

La apología de la romanidad tradicional marca la pauta de la obra histórica de Amiano. Las alusiones a la grandeza de la ciudad del Lacio abundan por doquier en sus páginas 20. Y sin que se perciba en el antioqueno la fobia que otros autores (Eutropio, Aurelio Víctor, Símaco) manifiestan hacia la nova Roma 21, Constantinopla, hasta el extremo de nunca citarla por su nombre, sí que podemos detectar cierta comparación a favor de la capital más antigua en pasajes como 17 .4.1 SS.22. Nuestro historiador recrea, en definitiva, la Roma esplendorosa y monumental 3 que recuerda las viejas glorias de antaño, a la par que rezuma un rabioso patriotismo que nos presenta a la Urbs como símbolo de todos los valores honrosos 24. Sus esfuerzos por mantenerla en el lugar central de las Res gestae resultan patentes.

Otra expresión de su deseo por agradar a su público aristocrático es el retrato que nos ofrece de Juliano, presentado como un gobernante "a la romana" (vid. 16.1.5; 5.5). En esta empresa Amiano tuvo que apurar sus recursos eulógicos, pues si por algo destacaría el llamado "Apóstata", aparte de por no poner en su vida un pie en Roma, fue por su apego a Constantinopla, a la que por cierto concedió los mismos privilegios que disfrutaba aquélla 25. Además, Juliano se hallaba en plena comunión con la cultura griega, quedando la latina en segundo término 26. Sin embargo Amiano se aferra a otras facetas del emperador que podían identificarle mejor con la aristocracia romana: su marcado carácter filosenatorial 27 por una parte y su defensa del paganismo tradicional por otra.

El paganismo era, para determinados sectores del Senado en la Roma de fines del siglo IV, el estandarte de la traditio. Así lo argumentará Símaco en su Relatio IU, cifrando la suerte del Imperio en la preservación de la religión ancestral 8. Y Amiano, que nunca se aleja del referente de la tradición en temas religiosos, explota el filón de las inquietudes de los senadores paganos. A esto mismo responde la comparación entre Juliano y otro campeón del paganismo: Diocleciano (23.1.1). Ambos emperadores, con nulo éxito el primero y con relativos resultados el segundo, ejercieron su poder en calidad de restauradores del orden antiguo. Y ambos, también, eran vistos como el remedio contra la corrupción que definía a los emperadores cristianos. Juliano amenaza, en palabras del antioqueno, de forma tajante a los cristianos: Audite me, quem Alamanni audierunt et Franci (22.5.4). La advertencia no puede resultar más clara: les vencerá, de la misma manera que venció a los germanos en el Rin.

Sin embargo, no podría defenderse un abierto mensaje anticristiano en las Res gestae. Tengamos en cuenta que, por las fechas en que Amiano publica su obra, Teodosio se establece en Milán después de haber derrotado a Magno Máximo. Con lo que Roma estaba al alcance de su mano: es más, probablemente la controlaba a través de algunos de sus funcionarios católicos, de una ortodoxia cuasi (utilizando un término muy actual) integrista, ante cuya poderosa presencia se abrían todas las puertas, incluso las de los salones literarios paganos. Además, la cristianización de algunas de las mejores familias de Roma era un hecho. Amiano, pues, debió de medir sus palabras, e incluso incluir alguna alabanza tanto al dinasta cristian029 como al autor de sus días, el comes Teodosio (29.5.9; 32; 39; 45)30, distanciándose de la peyorativa descripción que del gobernante hispano nos transmitirá Zósimo (4.13; 55). En cuanto a Constantino, la valoración es distinta. Éste aparece dibujado como el turbador de la tradición, en claro contraste con Juliano 31 , como el gobernante que orquestó la barbarización del ejército 32 o que embarcó al Imperio en una guerra innecesaria contra la Persia sasánida (25.4.23)33. A fin de cuentas, de Constantino bien podía hablar mal, pues a la lejanía temporal de su muerte, acontecida hacía más de medio siglo (su linaje se agota con el propio Juliano), se unía el hecho de que él no había sido un emperador declaradamente cristiano.

¿Y qué ocurre con los demás césares, entre Constantino y Teodosio, éstos si genuinamente cristianos? De la visión sobre Constancio 11 (337-361) en las Res gestae C. Di Spigno publicó hace más de cuarenta años que es el polo opuesto de la persona de Juliano 34. G. Sabbah hiló más fino en la comparación: el primero es, para Amiano, el ideal del princeps civilis; el segundo, el arquetipo de autócrata cristiano 35. Seguimos aquí a T.D. Barnes cuando afirma que la objetividad amianea sobre Constancio 11 brilla por su ausencia 36, entre otros motivos porque el hijo de Constantino había tratado de perjudicar seriamente a dos de los personajes más queridos por el antioqueno: Juliano y Ursicino. En represalia, Amiano carga las tintas sobre su semejanza con pésimos príncipes del pasado (Calígula, Domiciano, Cómodo, 21.16.8) o sobre su arbitrariedad a la hora de impartir justicia (15.6.4; 16.8.5); Y subraya el gran número de delaciones bajo su reinado 37, así como su escasa capacidad para vencer a bárbaros del norte38 y a persas (14.10.6; 20.11.32; 25.9.3), dejando claro que su único talento militar lo desplegaba para vencer a los rivales por el trono (21.1.1 y 16.15).

No obstante, el retrato de Constancio en las Res gestae no es el de Constantino 39, también extraemos de él opiniones muy favorables: su acertada gestión administrativa (21.16.3), su austeridad y castidad (21.16.5), su habilidad en el manejo de las armas (21.16.5), sus éxitos contra los sármatas (17.13.33) o su contención de los Sasánidas en la frontera oriental (25.9.3). Tengamos presente que la figura de Constancio II había dejado un buen recuerdo entre la aristocracia romana conservaba un buen recuerdo de este emperador tolerante en materia de religión y filosenatorial en política (16.10.5); no en vano aquélla se había puesto de su lado cuando estalla la guerra civil entre Constancio y Juliano (2l.1O.7) 40.

En síntesis, el Constancio II que encontramos en las Res gestae no es el emperador que observamos en otras fuentes tardorromanas 41, sino el producto de la fusión entre la fobia de Amiano y su cautela ante lo que el medio senatorial romano pensaba del hijo de Constantino, resultando la imagen de un gobernante cualificado si bien constreñido por las circunstancias. El historiador antioqueno incluyó sus prejuicios siempre que pudo (las tres décadas que la separaban de la muerte de Constancio se lo permitían) 42, pero permanentemente condicionado por las expectativas de su auditorio.

El siguiente gobernante cristiano sería Joviano (363-364). Oficial en el ejército de Juliano durante la campaña persa, se convertirá en el que inicie el desmantelamiento de la obra del Apóstata, y por ello se hace acreedor a durísimas pullas por parte de Amiano: no sólo aparece como un atolondrado incompetente por haber cedido estratégicos distritos a Shapur II en Mesopotamia (25.7.11), sino que hasta su elevación a la púrpura se ve manchada por la sombra de la ilegitimidad43 : su nombramiento no se fundamentaba en méritos acreditados (25.9.7), ni en derechos dinásticos, ni había surgido tras el consenso de las autoridades civiles y militares pertinentes, sino que fue el fruto de la impaciencia de unos pocos (25.5.4 ss.). Ni que decir tiene que el antioqueno se ampara en el efímero reinado de este personaje para lanzar contra él invectivas que, en cualquier caso, nunca abandonan el ámbito de la política. En lo que toca a la religión, Amiano se retrae, de idéntica manera a como se contiene a la hora de hablar de Teodosio. Si bien, como ha señalado P. Heather44, tampoco una crítica religiosa tendría mucho sentido en el caso de un príncipe que, aunque cristiano ortodoxo, desplegó una política de tolerancia frente a heterodoxos y paganos. Amiano, por supuesto, silencia este dato, y transmite a sus nobles oyentes únicamente lo que él deseaba que captasen.

No ocurre lo mismo con Valentiniano 1 (364-374), de quien Amiano encomia su tolerancia religiosa (30.9.5). Transmitir información acerca de este emperador de origen panonio debió de resultar una tarea muy delicada para nuestro antioqueño. El pasaje 28.1.2 así lo testimonia, pues el historiador sirio apela a la moderación de su tiempo para referir la vida del gobernante más hostil al orden senatorial del siglo IV. No en vano Valentiniano, de orígenes humildes (30.7.2), no sólo sustituyó a los senadores, en los principales empleos administrativos y militares, por oficiales panonios 45 , rústicos aunque eficientes, sino que incluso llegó a decretar, en contra de la tradición, que se les aplicara la tortura en caso de delitos de lesa majestad (28.1.11; C.Th. 9.35.3). Ante estas credenciales, resulta comprensible que Amiano le defina con calificativos del estilo de sagax bestia (30.5.10), del total agrado de su público. No voy a detenerme en el minucioso análisis de todas sus atrocidades, reflejadas en las Res gestae 46. Son de mayor interés los aspectos positivos que Amiano resalta: energía en la frontera contra los bárbaros (29.4.1; 30.7.5-11) Y las virtudes personales, ya como particular ya como hombre de Estado, que se relatan en el capítulo 30.9. Estas luces no se deben única y exclusivamente a la costumbre literaria latina, a la hora de biografiar emperadores, de dar una de cal y otra de arena.

Probablemente M. Humphreis acierta cuando afirma que, pese a la ferocidad derrochada contra la aristocracia, los senadores romanos le recordaban con cierta nostalgia por su tolerancia religiosa 47. En otras palabras: el Teodosio de principios de los noventa del siglo IV había hecho bueno al peor de los emperadores posibles. En el retrato de Valentiniano 1, en fin, vuelven a mezclarse los odios personales de Amian048 y los intereses del círculo senatorial pagano.

Graciano (374-383) es el siguiente en la lista, y aquí de nuevo se impone la prudencia. Estamos hablando de un fervoroso cristiano, títere en manos del enérgico obispo Ambrosio de Milán49 y pieza clave en la "cruzada" pronicena y antipagana de éste 50. Las alusiones amianeas a Graciano llevan siempre un mensaje velado de hostilidad de difícil interpretación. Su comparación con Cómodo (31.1 0.18- 19), princeps terribilis para la memoria senatorial, se conjuga con la visión de un gobernante virtuoso aunque muy influenciable (27.6.15); su honorable política de suprimir a los rapaces funcionarios de su padre, que habían hecho la vida imposible a la aristocracia senatorial, toma de la mano al juicio amianeo sobre la dudosa legalidad de su elevación al trono (27 .6.16). De nuevo los miedos personales de Amiano (a Ambrosio, quien desde su púlpito de Milán fustiga a sus enemigos; a Teodosio, que le secunda) han de amoldarse a la presentación de un césar que por una parte alivió políticamente a los senadores y por otra los perjudicó en lo que religión se refiere 51.

Y por fin llegamos a Valente (364-378), sin lugar a dudas el emperador romano más duramente vituperado en las Res gestae. En la raíz de los ataques de Amiano contra este personaje puede detectarse, como defiende J. F. Drinkwater52, su cercano parentesco con Valentiniano I. De hecho comparte con su hermano ciertos vicios de carácter: crueldad (31.14.5), arbitrariedad (26.10.11 ss.), inconsciencia a la hora de designar a sus altos funcionarios (30.4.1), codicia (29.1.19) ... Asimismo, el antioqueno no deja de recordar a su auditorio, de un modo muy sutil, sus oscuros orígenes, su estigma de panonio y su carencia de derechos dinásticos (26.7.16)53. Sin embargo, la base de la inflexibilidad de Amiano hay que buscarla en una razón más simple: resultaba muy fácil para el antioqueno ensañarse con la figura de un gobernante que había regido la parte oriental del Imperio, al cual nada debía la elite senatorial romana. Además, como cristiano, su difamación se prestaba a la complacencia de los senadores paganos; y como arriano, a la de los senadores cristianos ortodoxos; la injuria se completaba con la imagen de un emperador sometido a la energía de su hermano (26.4.3; 5.1 ss.; 27.4.1) 54 y que permitiría la entrada en el Imperio a los mismos godos (31.4.1 ss.) que terminarán venciéndole en Adrianópolis y arrancándole la vida 55.

Y es precisamente esta derrota la que aprovecha el antioqueno para limpiar la imagen de Juliano de su gran fracaso: su campaña persa. De paso, Amiano desliza una indirecta para justificar el programa religioso de Juliano: es un príncipe cristiano, Valente, el que abre las puertas a los godos y provoca, así, la ruina del mundo romano (31.4.6).

Como puede advertirse, Amiano tiene muy presente el peso político de sus oyentes cristianos en Roma: y ello condiciona la redacción de su obra. Pues al colocar a Juliano como el protagonista indiscutible de las Res gestae, se situaba en el punto de mira tanto de los altos funcionarios de Teodosio como, y eso era lo peor, de los obispos de esta parte del mundo romano. Para el sector pagano de su auditorio esto no era un problema: a fin de cuentas el Apóstata se había convertido en uno de los estandartes de su resistencia frente a la agresividad creciente del cristianism056. No obstante, el antioqueño ha sabido calibrar las perspectivas de futuro de la que habría de convertirse en la única religión del Estado romano. En ese sentido, V. Neri 57 pensó que el papel axial que Juliano desempeña en las Res gestae permitió a nuestro historiador poder concentrarse en los avatares políticos y militares y así poder esquivar el espinoso tema de la confrontación religiosa. Lo que no le impidió, por otra parte, que introdujera ciertas críticas veladas al cristianismo. Por ejemplo, P. C. Camus creyó ver en el elogio a la tolerancia religiosa de Valentiniano (30.9.5) un ataque encubierto contra el acoso al que Teodosio estaba sometiendo al paganismo 58 . Amiano, de todas formas, actúa con prudencia. Y esta cautela la apreciamos en su inescrutable posición respecto a la reapertura de los templos paganos por Juliano (22.5 .2). Recordemos que no falta mucho para que el Serapeum de Alejandría, que el antioqueno documenta aún en pie (22.16.12), sea demolido por una horda de cristianos exaltados.

En síntesis, en Amiano Marcelino encontramos a un historiador cautivo, subordinado por completo a su público aristocrático en un intento por satisfacer sus aspiraciones, ahora legitimando la causa de los senadores paganos, ahora no irritando a los cristianos. Y dicha subordinación no se advierte sólo en el fondo: también aparece en la forma. Sus fuentes son mayoritariamente prosenatoriales, y observamos una clara tendencia a imitar el género biográfico latino, muy del agrado de los círculos senatoriales 59. Así, Amiano nunca pierde de vista a su público, como destacó G. Sabbah 60, hasta el punto de poner en práctica un curioso mecanismo de defensa: las abundantes digresiones que orlan su narración no sólo tienen el fin de ilustrarla con detalles curiosos, o de introducir una nota de suspense, sino que sirven para que el antioqueno pueda hacer una pausa y de este modo controlar la reacción de su público ante lo que ha contado.

Este proceder, por último, lo dicta la mera supervivencia en unos años turbulentos por definición, y a la par unos intereses muy concretos y prácticos. A fines del siglo IV, el orden senatorial, estando en declive el ecuestre, se erige como la única aristocracia verdadera del mundo romano, pero se trata de una élite carente de unidad 61. Las tensiones entre paganos y cristianos, o incluso dentro de cada una de estas facciones, por el poder no sólo se dirimían en la arena política: la batalla continuaba en los salones literarios, con la elaboración de una propaganda oficial que justificara la preemiencia del grupo patrocinador en cuestión. Amiano, que por esta época no debía de encontrarse en la mejor situación, pagano convencido en un mundo progresivamente cristiano, se puso al servicio de cierto sector del paganismo aristocrático senatorial, el que con más insistencia se proclamaba defensor de la tradición, con la esperanza de alcanzar gloria literaria y, por qué no, quizás hasta un cargo que le permitiera mejorar su nivel de vida 62.

No en balde, el siglo IV se destacó por su elevada movilidad social, sobre todo de aquellos personajes que destacaban en su formación erudita 63. En un principio la formación académica exigida había sido pagana, pero a principios del siglo V los estudiosos paganos van siendo sustituidos por cristianos, igualmente conocedores de los clásicos pero imbuidos del nuevo credo 64. Amiano aprovechó, pues, la última oportunidad que le brindaba la coyuntura histórica para medrar. De lo lejos que llegó, desgraciadamente, no sabemos absolutamente nada ...

No quiero terminar este trabajo sin recoger una duda razonable que surge al respecto de lo que aquí trato: ¿Por qué no encontramos en las Res gestae ni una sola referencia a la adscripción de Amiano al círculo de Símaco, sin duda alguna el cogollo del bando tradicional pagano? 65. La respuesta adecuada se encuentra en el apoyo que este prestigioso senador había prestado a Magno Máximo, con lo que la derrota del usurpador por Teodosio le colocó en una situación más que delicada66, y por tanto también peligrosa para Amiano. El mismo Símaco hubo de pasar inadvertido durante una temporada, hasta que las aguas se calmaron, tratando de mantener buenas relaciones con los poderes fácticos imperantes 67. Además, está demostrado que el antioqueno fue literariamente tributario de Símaco 68. J. F. Matthews, en fin, no muestra ningún empacho en ampliar la identificación a intereses más prácticos que los estrictamente textuales 69.

Amiano no fue un intelectual aislado, como quiso creer A. Momigliano70, sino uno de esos últimos romanos de los que nos habla V. Ukolova, empeñados en combatir la regresión socio-cultural y religiosa de su tiempo frente a "la nueva e implacable fuerza ideológica y política imposible de eludir, que sólo se podía refutar silenciosamente, con la dignidad propia del verdadero romano"71: el cristianismo. Un último romano y, además, un historiador cautivo del público al que quiso agradar, o no desagradar, en beneficio propio.

1 G. A. Crump, Ammianus Marcellinus as a militar)' historian (Wiesbaden 1975) 4, considera que Amiano y Julio César son los dos historiadores latinos que más noticias autobiográficas incluyen en sus respectivas obras.
2 En 16.10.21, Amiano nos informa de que estaba al servicio de Ursicino y era adulescens (hacia 357).
3 Haciéndose acreedor, por parte de algún autor moderno, a duras críticas. E. Auerbach, "La prisión de Petrus Valvomeres", Mímesis. La representación de la realidad en la literatura occidental (Méjico 1975) 60: "Si su latín no fuera tan difícilmente comprensible y tan intraducible, sería seguramente uno de los escritores más influyentes de la literatura antigua".
4 Sobre el fenómeno, vid. J. R. Palanque, "Famines a Rome a la fin du IVe siec1e", REL (1931) 346-356.
5 Vid. I. Lana, "Ammiano Marcellino e la sua conoscenza deg1i autori greci", Politica, cultura e religione nelllmpero Romano (secoli IV-VI) tra Oriente e Occidente (Napoli 1993) 23-40.
6 Ammianus Marcellinus and the representation 01 historical reality (Ithaca-London 1998)
7 A. Selem, "A proposito della figura de Giuliano in Ammiano", Quaderni dell 'Instituto di Lingua e letteratura latina deLLa Faeolta di magisterio dell' Universita degLi Studi di Roma l (1979) 161.
8 G. Sabbah, La méthode d'Ammiell MareeLLin. Reeherehes sur la eonstruetion du diseours historique dans Les Res gestae (Paris 1978) 506.
9 "Ammianus Marcellinus' attitudes towards earlier emperors", Sllldies in Latin Literature and Roman History (Bruxelles 1980) 489, 505.
10 Para el fenómeno de la barbarización según Amiano, vid. nuestro "Las externae gentes bajo los estandartes de Roma: asentamiento y reclutamiento bárbaros en las Res gestae de Amiano Marcelino", Romanobarbariea 17 (2000-2002) 87- 115.
11 "Ammiano Marcellino e I'elezione di Valentiniano", RSA 15 (1988) 18.
12 "L'elogio della cultura e l'elogio deBe virtu politiche nell'epigrafia latina del IV secolo D.C.", Epigraphica 43 (1981) J 84.
13 El Bajo Imperio Romano: 284-430 d.C. (Madrid 2001) 114-115, 129.
14 A. Marcone, "L'allestimento dei giochi annuali a Roma nel IV secolo d.C.: aspetti economici e ideologici", La parle migliore del genere humano. Aristocrazie, potere e ideologia nell occidente tardoantico (Torino 1994) 298.
15 La lucha de clases en el mundo griego antiguo (Barcelona 1988) 313.
16 L. Cracco Ruggini, "Arcaismo e conservatorismo, innovazione e rinnovamento (IV-V secolo )", La parle migliore .. . , 79 ss.
17 Según definición de M. R. Salzman, "Reflections on Symmachus'idea of tradition", Historia 38, 3 (1989) 352-353.
18 A. Momigliano, "Ammiano Marcellino e la Historia Augusta", Quinto Contributo al/a Sloria degli Studi Classici e del mondo anlieo (Roma 1975) 99.
19 El fin del mundo allliguo (Méjico 1961) 19, 127.
20 Roma mater (14.6.5); regina el ubique patrum reuerenda (14.6.6); Urbem aetemam (15 .7.1); Imperii virll/lumque omnium lar (16.10.13); augustissima omnium sedes (16.10.20); templum totius mundi (17.4.13); Urbs venerabilis (22. 16.12); Urbs sacratissima (27.3.3) ...
21 Apelativo que, dicho sea de paso, Amiano nunca utiliza. 22 Así Jo piensa B. Wannington, "Sorne Constantinian references in Ammianus", Tile Late Roman World and its Historian. Interpreting Ammianus Marcellinus (London-New York 1999) 169; el episodio se refiere al obelisco egipcio que Constantino llevó a Constantinopla, y que su hijo Constancio 11 decidiría, finalmente, erigir en Roma, en detrimento de su "rival" de Oriente.
23 Según G. Sabbah, op. cit. 509, con la exhaustiva descripción topográfica de Roma Amiano busca la comunión espiritual con su auditorio.
24 P. M. Camus, Ammien Marcellin. Témoin des coural1lS culturels et religieux a la fin du IV" siixle (Paris 1967) 124 ss.
25 S. Macconnack, "Roma, Constantinopolis, the emperor and his genius", CQ 25 (1975) 144.
26 De hecho, sus soldados, en rebelión tras la batalla de Estrasburgo, le insultaban con los apelativos de Asiaticus y Graeculum (17 .9.3).
27 L. Polverini, "Storiografi a e propaganda. La crisi del III secolo nella storiografia latina del IV", I Canali della Propaganda nel mondo antico (Milano 1976) 268.
28 Vid. F. Paschoud, "Réflexions sur l'idéal religieux de Symmaque", Historia 14 (1965)
29 Amm. 29, 6, 15: prillceps postea perspectissimus.
30 R. Seager, "Ammianus, Theodosius and Sal\ust's Jugurtha", Histos 1 (1997) l cree sinceros estos elogios; A. R. Birley, "Further Echoes of Ammianus in the Historia Augusta", Hisloria Augustae, Colloquium Parisinum (Paris 1991) 54, cree que la figura del padre de Teodosio, tras una década de gobierno de éste, constituía un tema de vivo interés para el público del antioqueno.
31 21.10.8: TUllc el memoriam COl1sIantini, uf novaloris turbatorisque priscarum legum el moris antiquitis recepti (lulianus) vexavil.
32 A través de su foedus con los godos (332), tratado que fue duramente atacado por Juliano (Caes. 328d-329d) y que Amiano rechaza veladamente al aplaudir las matanzas de godos (31.16.8).
33 Vid. B. H. Warmington, "Arnrnianus Marcel\inus and the lies of Metrodorus", CQ 31, 2 (1981) 464-468.
34 "Studi su Ammiano Marcellino. II regno di Constanzo lI", Helikol1 II (1962) 457-458.
35 G. Sabbah, op. cit. 552; bien que G. W. Bowersock, fulian the Apostate (London 1978) 77 SS., subrayó el fanatismo religioso de Juliano.
36 Op. cit. 133 ss.
37 J. A. Arias Bonet, "Los agentes in rebus. Contribución al estudio de la policía en el Bajo Imperio Romano", AHDE 27-28 (1957-58) 200-201. En 21.16.10 es comparado con Galieno (260-268), gobernante muy denostado en la literatura filosenatorial como ejemplo de tirano.
38 Autores como N. J. E. Austin, Ammianus on Walfare. An investigation into Ammianus' military knowledge (Bruxelles 1979) 48 SS. , o T. D. Barnes, op. cit. 135 ss., han contemplado en una luz muy distinta las acciones de Constancio en los limites norteños.
39 Aunque B. Warmington, "Sorne Constantinian references ... ", 168, piensa que la crítica de Constancio 11 llega a través de los ataques vertidos contra Constantino: su padre.
40 Vid. R. O. Jr. Edbrooke, "The visit of Constantius II to Rome in 357 and its effect on the pagan Roman senatorial aristocracy", Af Ph 97, 1 (1976) 40-61.
41 Sobre la visión que otros autores nos legaron acerca de Constancio vid. H. C. Teitler, "Ammianus and Constantius. Image and reality", Cognitio Gestoruln. The historiographic arf of Ammianus Marcellinus (Amsterdam 1991) 117-122; M. Dimaio, "The Antiochene Cnnnection: Zonaras, Ammianus Marcellinus and John of Antioch on the reigns of the emperors Constantius II and Julian", Byzamion 50, l (1980) 158-185.
42 M. Whitby, "Images of Constantius", The Late RomQn World ... , 85.
43 En 25.10.14 Amiano apunta que debido a su elevada estatura no encontraba una vestimenta regia que le viniese bien: esto ha de entenderse como una crítica soterrada a su ilegitimidad en el mando.
44 "Ammianus on Jovian: history and literature", The Late Roman World ... , 106 ss
45 J. F. Matthews, Western aristocracies and imperial cour/, AD. 364-425 (Oxford 1975) 39-40.
46 Mejor vid. R. C. Blockley, Ammianus Marcellinus. A study of his his/oriography and poli/ieal though/ (Bruxelles 1975) 41-47.
47 "Nec me!u /lec adulalldi loeditate cOllstricta: the image of Valentinian 1 from Symmachus to Ammianus", The Late Roman World ... , 123-124.
48 Valentiniano había cometido abusos contra la clase curial, a la que Amiano pertenecía (27.7.6-7).
49 R. Rémondon, La crisis del Imperio Romano: de Marco Aurelio a Mahoma (Barcelona 1979) 96-97.
50 Vid. A. Piganiol, L'Empire Chrétien (Paris 1972) 227 ss.; N. McLynn, Ambrose 01 Milan Chllrch and Court in a Christian Capital (Berkeley 1994) 79 ss.
51 Vid. A. Cameron, "Gratian's repudiation of the pontifical robe", JRS 58 (1968) 96- 102.
52 "Ammianus, Valentinian and the Rhine Germans", The Late Romal! World ... , 132.
53 Amiano pone estas acusaciones en boca del usurpador Procopio.
54 L. A. Tritle, "Whose tool? Ammianus Marcellinus on the Emperor Valens 1", AHB 8, 4 (1994) 141-153, cuestiona tal subordinación y nos presenta a Valente como un gobernante capaz.
55 Sobre la política gótica de Va1ente vid. P. Heather, Goths and Romalls, AD 332-489 (Oxford 1991) 115 ss.
56 M. Meulder, "Julien l' Apostat contre les Parthes: un guerrier impie", Byzantion 61 , 2 (1991) 487.
57 Ammiano e il Cristianesimo. Religione e politica nelle Res Gestae di Ammiano Marcellino (Bologna 1985) 39-40.
58 Op. cit. 261 -262.
59 S. A. Stertz, arto cit. 489, 492-493 Y 497.
60 Op. cit. 507-539
61 P. Wormald, "The decline of the Westem Empire and the survival of its aristocracy", JRS 66 (1976) 218.
62 H. Sivan, "Arnmianus at Rome: Exile and redemption?", Historia 41,1 (1997) 119, identifica al antioqueno con el Ammial1l1s Comes Rerllm Privatarllm que aparece en CTh. 11.30.41 (383); también documentado por Símaco (ReZ. 36).
63 Vid. K. Hopkins, "Social mobility in the Later Roman Empire: the evidence of Ausonius", CQ 11 (1961) 238-249.
64 W. H. C. Frend, "Paulinus of Nola and the last century of the Westem Empire", JRS 59 (1969) 7.
65 Problema planteado por A. Cameron, "The Roman friends of Ammianus", JRS 54 (1964)
66 Vid. J. F. Matthews. op. cit. 243 ss.
67 S. Williams and G. FrieIl, TheodosillS: Ihe Empire at bay (London 1994) 131.
68 S. M. Oberhelman, "The provenance of the style of Ammianus Marcellinus", Quademi Urbinali di Cultura Classica 27, 3 (1987) 81-82; M. Humphreis, arto cit. 121.
69 J. F. Matthews, The Roman Empire of Ammiallus (London 1989) 466.
70 “The lonely historian Ammianus Marcellinus", VI Contribulo alla storia degli sludi C/assici e del Mondo Antico (Roma 1980) 151-152: "He does not take sides between Sto Ambrose and Symmachus, between the anti-German Libanius and the pro-German Themistius, and has none of the senatorial nostalgias of the S.H.A".
71 Los últimos romanos y la cultura europea (Moscú 1990) 105, 150.

Francisco Javier Guzmán Armario
Universidad de Cádiz

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